El cante flamenco no es glamoroso como lo son otras manifestaciones artísticas, está revestido de un óxido azul que ni los directores de cine ni los escritores, hasta hoy, lo han representado o ideado en un formato adecuado a su dimensión sensorial: color, sabor, energía, entrañas. Sólo se han elaborado datos biográficos, reseñas o anécdotas; no se han contado vidas en su verdadera magnitud. Sigue siendo de otra época, de otro mundo, minoritario, errante, desclasado y a veces incompatible, salsero y desprendido; desgarrador e imposible. Está siendo descubierto por otras culturas y continuará evolucionando, pero aún se encuentra en la edad del fuego. Me hubiera gustado saber lo que podría pensar Stanley Kubrick, qué sería capaz de hacer, qué tipo de interiores pensaría; me hubiera interesado su opinión más que la de ningún otro.
Acompasado, sonriente, comenzó a cantar Luis de Pacote y cuando ya había avanzado el cante le siguió, con la expresión nítida y punzante de las cuerdas, Juan Morao. Como suele suceder, en este tipo de reuniones, el cante es libre y surge cuando el ambiente lo respalda y los sentimientos lo convocan. Aquel hombre cantaba con una fuerza contenida que iba administrando con serenidad. Había acordado, dentro de sí, que cada palabra convenida tuviera un significado preciso; que la música fuera un instrumento para vestirla de domingo, para aliviarla o para convertirla en una espada. Hacía un trato con cada una de ellas y se le humedecían los ojos. No recuerdo la letra ni sé si alcanzaba a comprender su significado, pero sentí cómo se fue apropiando de mí aquella armonía, aquél lenguaje. El fandango, como es dulce, es adecuado para iniciarse.
Hay personas que se parecen. Cuando las observas o hablas con ellas, te das cuenta de que tienen rasgos comunes o comparten códigos vitales con otras. Independientemente de su origen social o nacionalidad; se parecen. No es muy habitual, pero de vez en cuando sucede que identificas a alguna de estas personas que son como semillas, de una misma planta, esparcidas por distintos lugares del planeta. Hemingway era norteamericano y se sentía cubano desde que probaría el ron o el aguacate, desde el primer momento en que se daría cuenta de que su respiración era más plena en Cuba, desde que pescó la primera aguja. Y también era español porque vivía nuestra cultura como suya. Algo parecido les debe ocurrir a los hispanistas británicos, a los japoneses con el arte flamenco, y a Orson Wells. Hay gente que se parece y es universal.
Dos meses después de haber vivido el espíritu del escritor desde el exterior de su casa en Cuba, murió mi padre y me apropié de Hemingway. Por primera vez supe lo que significaba lo determinante, la sequedad, un golpe seco y definitivo, la fría indiferencia de una pared, una silla imperturbable, abrir los ojos. Mi hermano, que me seguía, también fue protagonista de las vivencias y las enseñanzas, especialmente en todo lo relacionado con la naturaleza y la caza, llegando todo eso a conformar su vida; una vida que correspondía a otro tiempo. Ya nada sería igual, fue el comienzo de una existencia desconocida y a partir de ese momento ya no tenía a quién ir a encontrar. Creo que mi padre nunca había leído una novela porque su lectura escogida siempre era El Cossio, y, aunque sólo escribiera algunas postales desde Canarias, donde hizo el servicio militar; se le parecía. Por eso, dentro de mí, lo hice coincidir con el escritor norteamericano como si fuera una semilla de la misma planta, y eso me reconfortaba. Apropiándome de Hemingway, para vincularlo con mi padre, fue una manera de encontrar cierto descanso. Tardaría en saber que el tiempo es una estación de llegada y que éste iba a ser el único aliado.
Continuará...
2 comentarios:
Paco,eres capaz de poner los pelos de punta al más indiferente,frío y calaculador..,poner en pie al Teatro Real(bueno al Villamarta)y que el tiempo por un momento,se pare.
Me has emocionado.
Un saludo.
Se agradece.
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