Cuando salieron de la casa de los padres se sintieron protagonistas de un cuento en el que la independencia era el final feliz. Esto sucedió en un momento en el que ser mileurista era un agravio, y un piso de cuarenta metros era considerado una humillación.
Ahora, siendo ya jóvenes maduros, vuelven a casa desandando el camino de rosas que un día le abonaron los bancos, ocultándoles un destino incierto, entre la maleza de la letra pequeña.
Siempre son bien recibidos en la casa del primer amor, y más aún si no traen la frente marchita o que las nieves del tiempo no les hayan plateado la sien. Volver, siempre que se tenga a donde, es una buena noticia y un bonito nombre de tango.
SALUD
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