miércoles, 22 de abril de 2009

Gozosa penitencia

No hay tribunas tapizadas con terciopelo que le escondan al hombre sus atributos más puros, sus esencias más humanas: aquellas que fertilizan la divinidad y la complacencia, las que crecen donde también reside la vanidad y la arrogancia. ¿Qué sería de nosotros, los andaluces, sin nuestra alegre espiritualidad, sin nuestra gozosa penitencia? ¿De quién es la Semana Santa si no es del pueblo?

¿Qué sería de la Semana Santa sin el pueblo llano? Con él, todo se legitima y sin él, las tradiciones religiosas serían anónimas manifestaciones de fe sin valor trascendental para la sociedad, por muy sinceras y sacrificadas que fueran. ¿Qué sería de ella sin el oro y sin las piedras preciosas donadas por ricos comerciantes o implacables guerreros? ¿Qué sería hoy de la Semana Santa sin la industria turística y cultural con sus paquetes vacacionales? ¿Qué sería de ella sin gente en la calle, sin niños sentados en las aceras, o sin manzanas de caramelo?

La Semana Santa, desbordada de gente que siente apasionadamente su religiosidad, el arte o las marcas de su memoria, este año ha vivido quizá su más esplendoroso recorrido por la calles de Jerez. Gracias a la buena organización de las hermandades, la colaboración municipal y de todos los jerezanos.

No estropeemos ese patrimonio poniéndole lazos de colores o siendo inflexibles con la abundancia de palcos (que haga Sevilla lo que quiera). Devolvámosla a su anterior recorrido por el Consistorio y la Plaza de la Asunción: la gente quiere eso, la gente no quiere el todo o nada. ¿Por qué no se aprovecha mejor ese capital para dar muestras de armonía y no de resistencia interesada? Tampoco creo que sea bueno hacer alarde cofrade de quitar el hambre, porque el hambre puede quitarte la razón, si lo pregonas gratuitamente.

Que la Semana Santa somos todos (como diría Gil de Biedma). Empiezo a darme cuenta ahora que me la ponen por delante como un afilado instrumento.


No hay comentarios: