jueves, 7 de octubre de 2010

1985 Cuba - Capítulo XXXI




Como teníamos el día libre, la mañana siguiente la dedicamos a recorrer la ciudad. Santiago era una ciudad hermosa, con calles andaluzas y casas coloniales de influencia española y francesa: los cierros, la madera y las flores nos acompañaban a lo largo del camino al Museo Emilio Bacardí, que habíamos decidido visitar. Allí nos recreamos en las obras de arte, en los objetos antropológicos y de destacadas personalidades de la historia contemporánea cubana. A la salida buscamos un lugar donde tomar algo. No había muchos bares, cafeterías o terrazas donde poder hacerlo, pero encontramos uno, que en sus tiempos debió de ser una gran cafetería o local de copas. Hacía esquina con dos calles y tenia varias puertas de entrada. No era difícil imaginarse los veladores en el exterior, llenos de gente vestida de blanco leyendo la prensa, comerciando o recreándose en el ambiente de la ciudad al resguardo de unos toldos rayados, y a los limpiabotas, con su habitual diligencia haciendo su trabajo. Entramos y nos encontramos un prolongado mostrador de caoba y la pared cubierta de viejos espejos donde se duplicaban las escasas botellas de ron que tenían en existencia y el perfil de un par de cubanos que estaban acodados en la barra. Sólo algunos de lo que entramos nos pedimos un vaso de ron que desgarró nuestras gargantas secas. El vigor del primer trago tuvo un impacto contundente exento de alharacas. Pero, aunque le hiciéramos el camino, como lo surca en la tierra un arroyo cuando recibe las primeras aguas del otoño, no pedimos un segundo trago. Pagamos en pesos cubanos y nos marchamos devuelta al hotel donde todos podríamos tomarlo bien frío con hielo escarchado y hierbabuena.
 
De regreso nos detuvimos en un parque a descansar del intenso sol bajo la sombra de un árbol, cerca de un grupo de operarios que discutían el reparto de incentivos por su rendimiento en el trabajo y otros asuntos organizativos. Podíamos escuchar los argumentos de algunos de ellos mostrando su discrepancia con el movimiento de las manos, mientras explicaban sus razones delante del responsable, que les escuchaba con una mirada paciente, y del resto de sus compañeros de brigada, que participaban estoicos con los brazos cruzados. Germán y yo, que compartíamos inquietudes políticas, nos aproximamos a ellos. Entonces se nos acercó el jefe del equipo y nos saludó ante la indiferencia de todos los demás, que continuaron con sus deliberaciones. Le dijimos que éramos españoles, y él respondió con gesto sonriente: -Bueno, nosotros aquí les llamamos a ustedes gallegos.- Nosotros le insistimos en que nos llamaba mucho la atención la forma de resolver sus problemas laborales, y que teníamos interés en escucharles, ya que en nuestro país las cosas se hacían de otra manera. -¿Y como resuelven ustedes las cosas?-, nos preguntó. -Pues en España las cosas funcionan de forma diferente- Y le hablamos de los comités de empresas, de los distintos sindicatos, etc. Entonces él zanjo la cuestión argumentando: -Bueno, en todos los sitios se cuecen habas, compañero-. Y, aunque hablamos distendidamente durante unos minutos más, comprendimos que nuestra curiosidad podía estar resultándole inoportuna. Le pedimos disculpas por aquel abordaje y nos despedimos dándole las gracias por atendernos. Nos respondió diciendo que en otro momento, si surgiera la oportunidad, estaría bien continuar hablando con nosotros, cosa que mucho le gustaría. Nos deseó que lo pasáramos bien en Cuba y nosotros le respondimos deseándole mucha suerte. Mientras lo veíamos alejarse en dirección contraria, nos fuimos incorporando al grupo, que, unos metros más adelante, nos esperaba alrededor de un banco de madera. Y, seguidamente, continuamos la marcha en dirección al hotel.
 
Mientras caminábamos, alguien comentó que si en Cuba los cuarteles se destinaban a escuelas, los palacios a casas de cultura y los obreros discutían entre ellos las gratificaciones por su rendimiento en el trabajo, eso quería decir que, a pesar de sus limitaciones y carencias, esa realidad se aproximaba mucho al ideal de la revolución. Una realidad que, por cierto, no tenía réplica en la inmensa mayoría de los países del entorno y en toda América del Sur, saqueados económicamente y devastados -cuando no humillados- en el plano social. Aquellos símbolos basados en la cultura y sustentados en una filosofía política que había subvertido el orden economicista del país, en favor de un desarrollo más igualitario, despertó en algunos de nosotros una abstracción romántica en la que estaba justificado creer. Pero en Cuba, desde la perspectiva de un europeo, las cosas tenían muchos matices: se podía pasar del negro al blanco muy rápidamente. Y buscar la afirmación de las expectativas previamente concebidas, resultaba un ejercicio siempre impreciso,  en el que contaba mucho la osadía de la juventud y la falta de experiencia.
 
En fin, se trata de disfrutar del viaje, y no de hacerle una auditoria al sistema, le comenté a Germán en tono jocoso. Y él, con una sonrisa, me respondió: Siempre nos salvará el humor, compañero. -A nosotros, y a los cubanos-, concluí. Cuando llegamos al hotel cumplimos con otra expectativa menos trascendental, pero igualmente deseable, como era la de tomar un daiquiri o una cerveza helada antes de la comida. 

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ja, Ja... que bueno eso de los "asuntos organizativos" y las deliberaciones laborales... Felicidades Paco por estos relatos que no sgustaría ver "juntitos" en una publicación. AGL