jueves, 14 de octubre de 2010

1985 Cuba - Capítulo XXXII


Durante el almuerzo una de las compañeras de viaje llamó la atención de todo el grupo para hacernos una propuesta que consistía en dar, las mujeres exclusivamente, un paseo por la ciudad. Al parecer, ya lo habían hablado con Lina, y a ella le pareció una buena idea a la que se apuntó sin disimular el entusiasmo. Todos no lo vieron del mismo modo por miedo a separarse, a dejar a la mujer o al marido solo, o por otros motivos, pero a la mayoría nos pareció un propuesta muy acertada que fue acogida de buen agrado. Cuando terminamos de comer, se organizaron entre ellas y, con Lina a la cabeza, fueron saliendo del hotel entrecruzándonos los comentarios clásicos: “Lina, devuélvemela como te las llevas”,  “a ver si no vamos a tener un disgusto”, “cuidadito con los cubanos” o “Lina, que tú eres la responsable”. Comentarios a los que ellas, también entre risas, respondían: “¿A ver qué vais a hacer ustedes sin nosotras, eh?”, “a lo mejor no volvemos”, y otros más sugerentes como la coletilla “Lina, vámonos que nos están esperando”. Se marcharon, y los hombres nos fuimos algunos al bar del hotel y otros se fueron disgregando según sus apetencias.

Al final, me quedé con Germán charlando en el bar. Nos habíamos tomado un par de mojitos cuando le dije: -Creo que es un buen momento para fumarse un puro. Ya llevamos muchos días en Cuba y todavía no he comprobado a qué saben aquí en la Isla. -Venga, vamos a echarlo-, respondió Germán. Subí a la habitación, saqué dos lanceros de Cohíba de un mazo de seis que me habían vendido bajo cuerda, y bajé con ellos. Le ofrecí uno a Germán, y al verlo dijo: - ¡Joder! con este puro tienes, por lo menos, para dos corridas; de toros se entiende-. Echamos una carcajada y le dije: -Has estado muy fino, Germán-. Lo encendimos y nos pedimos un cuba libre. Hablando del gusto por fumar, Germán continuó diciendo: –Nunca he sido un fumador empedernido, aunque siempre he tenido inclinación a fumar. Desde muy jovencito encendía a escondidas los puros de las bodas que guardaba mi padre en el cajón de sus pertenencias; aunque él no era fumador. Hice el intento de fumarlos en un par de ocasiones, pero las dos veces que lo hice me provocaron una descomposición brutal con la primera calada. Y, como además lo hacía dentro de la casa te puedes imaginar, siempre era descubierto, afortunadamente antes de que me desmayara, o algo peor. Pero, sin embargo, no me alejaba de ese interés por seguir haciéndolo. Recuerdo que a mi tía Rosa, con la que tenía una gran complicidad, le repetí en varias ocasiones que quería fumarme un cigarro, a lo que ella siempre me respondía que me iba a hacer uno de matalahúga, pero nunca llegó a dármelo. Así que lo intenté por mi cuenta, ¿y sabes con qué pretendí una vez liar la matalahúga?, ¡con papel de estraza! -Menos mal que no eres un fumador empedernido, Germán-, le dije. Lo que nos provocó de nuevo la risa. –De verdad, es cierto-, reiteró Germán. -Creo que a todos los niños nos prometían en aquel entonces los famosos cigarrillos de matalahúga, que por cierto, yo no vi nunca a nadie fumarlos. -Yo tampoco-, dijo Germán. Entonces soltamos una carcajada por el énfasis que le había puesto a su afirmación y por la gracia con que la dijo. -Pues, ya cansado de esperar. Por fin, un día me compré uno. Fue a la entrada del cine de verano que estaba cerca de mi casa. Iba con mi hermano más pequeño y le pregunté, ¿nos compramos un cigarro? Recuerdo su cara y su silencio, porque no supo qué decir. Al final, me compré un Pall Mall sin boquilla en uno de los carritos que vendían pipas,  altramuces y chucherías a las puertas del cine. Le di un par de caladas, pero entre el miedo, la mala conciencia por lo que estaba haciendo y porque aquello estaba horroroso, lo tiré inmediatamente. Lo más interesante de este episodio, con el que pretendía de forma irracional imitar a las personas mayores, era que en cuanto puse un pie en la puerta de mi casa, mi madre me dijo: “Tú has fumado”. Y todavía me estoy arrepintiendo-.Volvimos a reírnos porque entendíamos muy bien los costes que tenían aquellas aventuras de hombre mayor; si te pillaban. Y quién se podía imaginar entonces que, veinticinco años más tarde, se prohibiría fumar en España en todos los lugares cerrados, e incluso en los espacios abiertos, para evitar que otras personas se vieran afectada por el humo.

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