martes, 22 de enero de 2013

Comunión


El camino no está asfaltado, todo lo contrario, es desértico y sinuoso. Se trata de un carril que te lleva al mismo cielo. Fue lo que pensé cuando, hechizándome la blancura del caserío, llegué a la cima del cerro y pude contemplar, a través de una prodigiosa luz, la belleza de la campiña.

Me presentaron al viticultor y propietario del lugar que me condujo al interior de la ermita. Allí, donde aún sobrevive un viejo lagar, en unas cuantas botas de roble custodia el mosto. Sabía que estaba en las mismas entrañas del misterio del vino. Y al tomarlo pude comprobar que la excelencia era el resultado del conocimiento, la serenidad, la nula avidez y la sabiduría, que aquel hombre otorgaba.

En la viña había más gente, hombres vividos con caras de bienestar que  invitaron, con ganas de compartir, a picar de lo que estaban comiendo. No hubo muchas palabras, ni gestos; allí no se vende, ni se porfía, no se rinden cuentas, ni se levanta la voz. Por eso se te agrandan los  ojos y recuperas la confianza.

Será una lugar más de los que tenemos en nuestra tierra, pero a la vuelta sentí seguridad de lo que existe y una sensación de mesura como si hubiera vuelto a hacer la primera comunión.


SALUD

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