
La reciente prohibición de su pesca es una medida drástica que afecta a la economía de los pescadores de Trebujena, por lo tanto, se deben articular ayudas para las familias afectadas por el cese de su actividad. No se debería de haber llegado a esta situación, si se hubieran tomado medidas que gradualmente hubieran hecho posible la regeneración de la especie con una captura ordenada, pero, desgraciadamente, no ha podido ser así.
Debe servir esta decisión para tener conciencia del peligro de extinción de la especie en la desembocadura del Guadalquivir, porque el abuso, tiene mucho que ver con lo sucedido. La pesca furtiva y el uso de artes no reglamentarias, no sólo ha afectado a las crías de la anguila, sino que también ha afectado a las de otras especies como los langostinos (no es una extrañeza verlas a la venta como carnada de pesca como si fueran camarones).
Y es que nosotros, los jerezanos, también teníamos un río en el que hubo angulas y sábalos que se daban con generosidad en la Corta del Guadalete. Un río que nos sirvió de alimento, de recreo y playa; de embarcadero y puerto de entrada y salida al mar. Pero tenemos asumido que languidece, que sólo se trata de un río sin aliento a la espera de una mejor vida prometida. La salud de los ríos es una prueba del comportamiento que tenemos con la naturaleza y ellos tienen mucho que ver con nuestra propia vida.
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