miércoles, 19 de mayo de 2010

1985 Cuba - Capítulo IX

Tras recoger el equipaje del autobús, en recepción nos entregaron unas llaves sujetas a unas tablitas de madera con el número de hospedaje escrito a mano, y nos dirigimos a nuestras habitaciones. Abrí la puerta y encendí la luz de una bombilla desnuda que colgaba de un cable medio pelado sujeto al techo. Era un cuarto pequeño, raquítico más que austero, que constaba de una cama individual y una mesita de noche. Una cortina hacía las veces de puerta divisoria entre la habitación y el cuarto de aseo, que se reducía al váter y a un vencido lavabo con espejo.

Por la mañana nos despertó de nuevo la luz y el sol de Cuba. Estábamos en el campo, rodeados por una frondosa vegetación de tonos verdes. Y, esparcidas entre matorrales, una gran cantidad de orquídeas de múltiples colores nos dieron los buenos días. Frente a la puerta principal de entrada a los alojamientos, delimitado por un guardarraya de palmeras perfectamente alineadas, había un camino largo y recto que daba acceso a la finca. Todo parecía indicar que nuestro motel americano había sido una antigua residencia de ricos propietarios convertida en hospedaje para trabajadores durante la cosecha del tabaco o la caña de azúcar.

Mientras desayunábamos no pudimos evitar preguntarnos qué hacíamos allí, y por qué habían intentado atiborrarnos de pollo y plátano frito la noche anterior antes de irnos a dormir. ¿Sería una forma sutil de sensibilizarnos con la realidad de un país que luchaba contra el subdesarrollo? ¿Se trataba tal vez de un discreto sabotaje interno contra el sistema? ¿O era, simplemente, que nos habían desalojado del hotel en Pinar del Río para acomodar a una delegación de ingenieros rusos de visita en la Isla? Lina se excusó diciendo que nuestra estancia allí estaba programada porque era un lugar especial y muy típico, y pidió disculpas por las molestias que nos hubieran podido ocasionar.

Salimos del comedor no muy convencidos con sus explicaciones, recogimos el equipaje, entregamos la llave de la habitación y nos dirigimos al autobús donde ya esperaba sentado nuestro sigiloso profesor catalán. Nos sorprendió ver también a la joven enigmática que nos había obsequiado la víspera con su luminosa sonrisa de acogida. Una vez acomodados, la guagua puso en marcha el motor y emprendimos el camino de vuelta a Nueva Filipinas, nombre que se le dio originariamente a Pinar del Río en honor del Capitán General de Cuba, Rafael de Fondesviela, creador de la ciudad en el S. XVIII.

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