jueves, 16 de septiembre de 2010

1985 Cuba - Capítulo XXVIII


Embarcamos y, después de abrochamos los preceptivos cinturones, despegamos con rumbo a Santiago de Cuba en un moderno avión turbo-hélice Tupolev, destinado a prestar servicio entre las distintas localidades de la Isla. Dentro del aparato, cada cual se perdió en su silencio. Tal vez porque, a determinadas alturas, somos un poco como el polvo en la tormenta, quiero decir que se incrementa bastante la sensación de estar a la deriva en un cuerpo indefenso.

Rodeada por la Sierra Maestra, Santiago fue la primera capital de Cuba, y, antes de partir hacia la conquista de México, Hernán Cortes su primer alcalde. Allí, en Santiago de Cuba, con los primeros choques armados entre los guerrilleros y el ejército, tuvo su inicio la revolución. En la madrugada de 26 de Julio de 1953 se llevó a cabo el asalto al cuartel de Moncada, y en 1956 se produjo el levantamiento popular donde salieron por primera vez a la calle las milicias de verde olivo con el brazalete rojo y negro.   

Aterrizamos en Santiago y nos trasladamos desde el aeropuerto hasta el hotel, donde nos acondicionamos rápidamente y comimos pronto, ya que debíamos descansar un rato antes de la visita en grupo al cuartel de Moncada. Este cuartel, construido a mediados del siglo XIX con el nombre de Reina Mercedes, albergó a la caballería española que combatió a los independentistas cubanos. Y en él se izó por primera vez la bandera estadounidense en la Isla después de la toma de Santiago de Cuba en 1898 por el ejército de los EE.UU. En estas instalaciones estuvo prisionero unos años antes, por un período de seis meses, el general cubano Guillermo Moncada. Por lo que después de la guerra de la Independencia, como homenaje a la memoria de este general del Ejército Libertador, el cuartel pasó a llevar su nombre.  
 
Cuando estábamos llegando a la puerta principal del famoso cuartel, bajamos del autobús e inmediatamente vimos los impactos de bala que se mantenían vivos en la fachada, como testimonio del primer asalto que dirigió Fidel Castro en 1953. Lina nos relató los preparativos y pormenores del combate que se libró en ese lugar entre los jóvenes guerrilleros y los soldados de Batista. Dijo que no consiguieron tomarlo por imprevistos del azar en aquella madrugada en la que se celebraban las populares fiestas de Carnaval en Santiago. Y que después del asalto fallido, Fidel y otros compañeros pudieron refugiarse en la casa de Vilma Espín, aquí en Santiago. Continuó contando, que cuando Fidel fue capturado y juzgado junto a otros compañeros de armas, como consecuencia del asalto al cuartel, durante el juicio dio a conocer su alegato de defensa conocido como “La Historia me absolverá”. Lina leyó en una guía un extracto del testimonio de Fidel Castro que decía: “El cuartel Moncada se convirtió en un taller de tortura y de muerte, y unos hombres indignos convirtieron el uniforme militar en delantales de carniceros. Los muros se salpicaron de sangre: en las paredes las balas quedaron incrustadas con fragmentos de piel, sesos y cabellos humanos, chamuscados por el disparo a boca de jarro, y el césped se cubrió de oscura y pegajosa sangre. Yo sé que sienten con repugnancia el olor de sangre homicida que impregna hasta la última piedra del cuartel Moncada”.
 
El 1 de enero de 1959, después de que las columnas de guerrilleros entraran triunfalmente en la ciudad de la Habana, aquí en Santiago las tropas del ejército intentaron evitar que los revolucionarios se hicieran con la ciudad. Pero en una acción determinante, comandada por Raúl Castro, tomaron por sorpresa el cuartel y obligaron a los soldados a rendirse, quedando la ciudad en manos de los asaltantes. Lina continuó contándonos que, un año después del triunfo de la revolución, en enero de 1960, la fortificación dejó de ser un cuartel para convertirse en una ciudad escolar. Lo mismo se haría, ese mismo año, en el municipio de Marianao en La Habana con el Campamento Militar de Columbia, sede del Estado Mayor del Ejército y centro de mando del gobierno de Batista, que pasó a ser otra escuela, inaugurada por Camilo Cienfuegos, con el nombre de Ciudad Escolar Libertad. Estos hechos tan simbólicos demuestran, o al menos son indicativos fidedignos de que uno de los propósitos de la revolución era conseguir que la vitalidad del pueblo residiera en la educación. En ese momento, un compañero le preguntó a Lina por la importancia de Camilo Cienfuegos, ya que su imagen estaba presente en toda Cuba al igual que la del “Che”. Alguien dijo que debía de ser una persona muy querida por los cubanos. Lina contestó diciendo: ¡Él era hijo de españoles! Sí, efectivamente era una persona muy querida en Cuba, lo considerábamos el Comandante del Pueblo. Desgraciadamente, murió en un accidente de aviación, pero ese es un asunto que está pendiente de esclarecerse. Quiero decir que, aunque no se encontró el avión, se sabe que su muerte se debió a un fatídico accidente.
 
Una de las versiones más fiables de la muerte de Camilo Cienfuegos era atribuida al derribo de su avión por un caza de las fuerzas aéreas revolucionarias a su regreso de Camaguey, adonde le enviaron con la misión de detener a Huber Matos, comandante militar de la provincia que había presentado su renuncia por no estar de acuerdo con el giro que estaba tomando la revolución hacia los postulados comunistas. Cuestión, por cierto, con la que tampoco estaba de acuerdo Camilo Cienfuegos.  Otra versión de los hechos es la de que fue asesinado tras tomar tierra por un desencuentro con otros comandantes. Ambas versiones tienen como supuestos referentes a Fidel y Raúl Castro, a quienes se les atribuye la acción directa en la desaparición del carismático líder.
 
Me pareció que Lina se guardaba su propia versión de los hechos, y que salió hábilmente del asunto, dirigiendo la atención hacia lo que veníamos hablando sobre la transformación de los cuarteles en escuelas. Terminada la visita emprendimos el camino de regreso al hotel y, durante el trayecto, impresionados por el relato de los acontecimientos que sucedieron en el cuartel, y por lo acaecido con posterioridad, una compañera de viaje le preguntó a Lina quién era Vilma Espín.  

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