jueves, 18 de noviembre de 2010

1985 Cuba - Capítulo XXXVII


Aquellas palabras no iban acompañadas de una entonación de la que se podía  derivar un estado de ánimo concreto. No mostraban irritación, cansancio, frustración, rebeldía o impaciencia, pero eran certeras. No eran estridentes, eran templadas como los primeros rayos de sol y venían de un lugar que no era propiedad exclusiva de la mente ni del corazón; vendrían de ese recóndito lugar donde los seres humanos elaboran la persuasión. Y eso conmueve. Nadie más escuchó aquellas palabras salvo el joven cubano, muy despierto, que nos acompañaba y que también pudo oírle: No hagáis caso de éste muchacho, se busca la vida con esto. En aquel momento no tuve capacidad de reacción y continué participando de la velada como si nada hubiera ocurrido, pero el joven muchacho se quitó rápidamente de en medio y no volvimos a verlo.

Seguimos disfrutando de la noche más cubana y emotiva que habíamos tenido desde nuestra llegada. Cuando los músicos terminaron su  actuación, una gran parte del público se marchó y nosotros nos quedamos, todavía un poco más, apurando los vasitos de ron y la música que quedó aromatizando el ambiente. Poco después, los músicos continuaron, cada uno por su cuenta, haciendo acordes o cantándoles bajito a un grupo de mujeres maduras de piel blanca intachable; con ojos claros, en su mayoría, y formas anglosajonas que ya habían olvidado. ¿Qué tiene lo latino? Aquellas mujeres estaban rendidas al calor de los músicos: hombres que no eran corpulentos pero eran poderosos, que tenían la barba cerrada y los ojos muy brillantes. Estaban entregadas a la longitud del tiempo, abrazadas a sus sentimientos más íntimos, a los vacíos, a luz de las bombillas. Se les notaba que querían permanecer allí, en aquel país, y no volver a tener que protegerse del frío clima del norte.

Alguien de nuestro grupo preguntó si habíamos olvidado que dentro de unas horas íbamos a salir para La Habana y teníamos que tenerlo todo preparado. Así que despertamos y nos marchamos de regreso al hotel saboreando lo vivido aquella noche en Santiago de Cuba. –No te creas nada, hombre, yo en cuanto pueda me voy de aquí-. Me guardé aquellas palabras y no las compartí con nadie. Cuando llegamos al hotel nos despedimos y nos fuimos derechos a nuestras habitaciones. Por la mañana, dentro del autobús que nos llevaba al aeropuerto, los compañeros que la noche anterior se habían quedado en el hotel hacían comentarios expectantes sobre la vuelta a La Habana, y nos hacían preguntas sobre cómo lo habíamos pasado. Les respondimos, con caras de cansados complacidos, que disfrutamos de una noche extraordinaria. Cuando llegamos al aeropuerto, mientras esperábamos el avión, retomé con Germán la conversación que interrumpimos el día anterior. Me preguntó cómo había vivido aquella experiencia en las calles de Santiago y le respondí que había alucinado. Él me dijo que también, y que se había conciliado con lo que esperaba encontrarse en Cuba. No le conté nada de lo que dijo el mulato, le comenté que para mí también fue una gran experiencia. Germán estaba contento y decía que algún día se reorganizaría el mundo y prevalecería el bien común. Entonces me volvió a peguntar si yo creía que aquél hombre que lo paró por la calle con la cartera llena de documentos, que llevaba para quemarlos, era un buen tipo. -Germán era perseverante- Yo le respondí que seguramente lo sería, pero que a ciencia cierta no podía saberlo. Lo cierto sería, que le habrían hecho más de una putada y decidió jugársela definitivamente a quien fuera. Entonces no le dije, porque aún no había vivido lo suficiente, que la gente que es buena de verdad, lo es siempre hasta el final, a pesar de ella misma, a pesar de los demás; los que se regodean en su propia ignorancia cuando creen que la gente que es así también es tonta, y creen que pueden impunemente pasar por encima. Aunque lo consigan, aunque tengan éxito se traicionan; quizás no lo sepan, pero cuando menos lo esperen pueden llegar a saberlo. Hay una ley que no siempre se cumple, pero hay una ley para eso.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me está gustando mucho, Paco. Espero la entrega del próximo jueves.
Un beso. Mercedes