Eran alrededor de las diez de la noche cuando Jiménez y sus
tres compañeros alcanzaron La Sauceda de Cortes conducidos por Domingo 'El de
la Toma' y sus hombres. Allí pasaron la noche hasta que, a primeras horas de la
mañana, volvieron a ponerse en el camino en dirección a Jimena para comparecer
ante el comité republicano de esa localidad.
Un implacable calor les persiguió durante todo el recorrido
hasta que los hombres y el grupo de milicianos armados a caballo llegaron sobre
las cuatro de la tarde a 'Las Cañillas'. Tomaron a una treintena más de presos
y, juntos, marcharon hasta Jimena, a donde llegaron una vez que la tarde había
caído. Al igual que al resto de detenidos, los cuatro ayudantes del malogrado
Juan Sánchez Meléndez fueron interrogados nada más llegar por el comité y, al
no encontrárseles indicio alguno, se le suministró a cada uno un vale para el
comedor público de Jimena, que estaba instalado en la iglesia del pueblo, y
fueron puestos en libertad. Desde aquí, solos o bien acompañados, los cuatro
hombres tomaron caminos distintos con toda clase de suertes.
Pasaron los meses y el monte enmudeció. El asesinato del
industrial llevaba el camino de convertirse en una de las muchas muertes
violentas sin aclarar que sólo representaría un número más en la escurridiza
memoria de la guerra. Pero al final de ese camino esperaba su oportunidad un
capitán del bando nacional, Alberto Llamas García, nombrado a la sazón juez
instructor del Consejo de Guerra permanente, el tribunal encargado de juzgar a
los reos de alta traición. Y por lo que se había podido averiguar, Antonio
García Florido, 'Pelusa', encuadraba en este tipo de presos. Abrió entonces
Alberto Llamas el sumario 419/37, el número de caso que se le asignó al asalto
de la casa del guarda forestal de La Jarda y el asesinato del industrial
Sánchez Meléndez.
La instrucción se extendió desde agosto de 1937 a abril del
año siguiente. De sus resultados, hemos sabido ahora. Por tanto, es una
historia nueva.Tuvo que ser prolija, porque el juez instructor hubo de
desplazarse en numerosas ocasiones hasta La Jarda para tomar declaración a
testigos e implicados, pero ahí quedó. El sumario no recoge ninguna prueba
pericial, ni tan siquiera el hallazgo y análisis del cuerpo del empresario.
Alberto Llamas instruía un asesinato sin prueba del delito. El cuerpo del
industrial quedó sin vida bajo aquellos matorrales, pero jamás fue reclamado ni
encontrado.
Las primeras diligencias de Llamas dieron algún fruto: Por
los testimonios de Ana Gallego Fernández, la mujer de Manuel Domínguez 'el
Caracolón', y de María Mateo, esposa del guarda Juan Cabeza, pudo reconstruir
el asedio de los milicianos en La Jarda entre los días 23 y 24 de agosto de
1936, la salida obligada del colono y su familia a La Sauceda, las amenazas de
muerte que García Florido 'Pelusa' habría proferido a la mujer del guarda y el
posterior asalto al despacho del ingeniero y la confiscación del dinero que
allí había depositado, cuando la partida que dirigía el alcalde de la Sauceda
Manuel Cabeza Pérez se presentó en la finca y el guarda, alertado, había
marchado junto a su hijo al cuartel de la Guardia Civil de El Algar.
Llamas podría acusar a 'Pelusa' de los delitos de asalto,
robo y amenazas de muerte contra el guarda Cabeza. Pero la historia que se
dibujaba en su memoria adolecía de consistencia. Ana Gallego no asistió a la
discusión ni sabía quién era 'Pelusa', por lo que se trataba de la palabra de
María contra la de Florido. Además, ninguna de las muchas rondas de
identificación que se sucedieron acabó
con resultado positivo. Nadie reconocía a 'Pelusa'.
¿Cómo atribuirle entonces su participación en la muerte a
perdigonadas de Juan Sánchez si ninguno de los testigos lo colocaba en aquel
momento y lugar? Las versiones de las dos mujeres eran vagas: 'He oído por
rumores que fue 'Pelusa' quien acabó con Meléndez". Incluso, cuando Llamas
tomó declaración a los compañeros del fallecido, ni Jiménez, ni el chófer
Barrera, ni 'Busique' ni el otro ayudante, pudieron señalarle con el dedo:
"Nos obligaron a mantenernos todo el tiempo boca abajo, no podíamos ver
quiénes fueron los hombres que salieron en busca de Meléndez" cuando, tras
huir, le dieron caza ese 26 de agosto cerca del canal del Charco de los
Hurones.
El 21 de agosto de 1937 ocurrió un hecho inesperado:
Sabiéndose en busca y captura, Antonio García Florido se entrega a las nueve de
la noche en el cuartel de la Guardia Civil de Cortes de la Frontera. Pero, ¿qué
sabemos de este hombre?, ¿por qué todos los rumores apuntaban a la misma
persona? Y, sobre todo ¿qué motivos le habían llevado a dar muerte al
empresario? Todas esas preguntas quedarían envueltas en una enorme incógnita.
Por los testimonios aportados ante Llamas y, más tarde, ante
el teniente José Luis Molina, que retomó la instrucción del caso, sólo pudo
saberse que Antonio 'Pelusa', natural de Cortes, de 32 años de edad, era
persona dedicada habitualmente al contrabando de tabaco y café, como la mayoría
de los habitantes de La Sauceda. No contaba con significación política alguna,
pero se conocía que, al iniciarse el Movimiento Nacional, se había unido al
comité de defensa republicano de esa localidad.
Tampoco fue muy aclaratorio el testimonio de María Machuca
Jiménez, ubriqueña de 42 años y esposa de Manuel Sánchez Meléndez, hermano de
Juan, que conoció a 'Pelusa' porque coincidían con frecuencia en la Dehesa de
Montifartillo, donde la mujer vivía y suministraba café, azúcar y otros víveres
que traía de La Línea. Aseguró que nunca había oído que fuera García Florido el
autor del asesinato de su cuñado, pero que guardaba muchas sospechas de que
hubiera sido obra de 'Los Tomiros', los hermanos Antonio y Domingo Ruiz.
En pocos días y en un par de ocasiones, Manuel Sánchez
Meléndez había salvado el pellejo por obra del azar. La primera ocasión fue
cuando, al enterarse de la muerte de su hermano, se colgó una zoleta al hombro
y cogió campo a través para localizar el cuerpo y darle sepultura. Por el
camino fue advertido para que se diera la vuelta, sin dejar de aflorarle las
lágrimas hasta llegar a su casa, si no quería correr el mismo destino que su
hermano mayor. Manuel quería y respetaba a Juan con pasión. En una segunda
oportunidad, unos vecinos acudieron a recogerle a su casa para, juntos y en
cumplimiento del bando de guerra, dirigirse al cuartel de la Guardia Civil de
El Algar para entregar las escopetas de caza. Manuel les contestó que en ese
momento no podía irse y dejar el trabajo que tenía entre manos, porque estaba
refogando el carbón y era una faena que no se podía dejar a medias. Los vecinos
marcharon finalmente sin Manuel. Pero cuando llegaron a las cercanías del
cuartel portando las armas, los guardias, que desconocían sus verdaderas
intenciones, detuvieron a los hombres, que fueron poco después fusilados.
Dados aquellos acontecimientos y con la toma de los últimos
reductos de la zona por los rebeldes, María, mujer emprendedora, forzó a su
marido a que se fuera de allí. Así lo hizo. Manuel terminó en la zona de
Valencia hasta el final de la guerra sin pegar un solo tiro. María quedó con
ocho de sus nueve hijos. El mayor de los varones, Andrés Sánchez Machuca, se
había unido a las resistencia republicana. María y su cuñada soltera María
Sánchez Meléndez fueron obligadas por las milicias nacionalistas a dejar la
casa que habitaban y las llevaron a pie hasta Alcalá de los Gazules. Esta
escena fue tratada en una noticia publicada en el Diario de Cádiz a modo de propaganda
por los rebeldes con el siguiente titular: "Una familia abandonada por un
mal padre ha sido liberada de zona roja".
Al terminar la guerra, Manuel volvió y se presentó a las
autoridades. Fue encarcelado durante unas semanas y liberado a continuación por
la influencia que ejerció un propietario conocido para quien Manuel había
trabajado y a quien había ayudado a salir de la zona republicana los primeros
días del levantamiento. Este mismo hombre también cuidó de su familia,
ofreciéndole las llaves de una casa en Alcalá de los Gazules cuando se enteró
que habían sido trasladados al pueblo. Manuel Sánchez Meléndez sobrevivió a la
locura y a la barbarie porque ese sería su destino.
Cuando el juez José Luis Molina interrogó a 'Pelusa', éste
lanzó toda clase de evasivas: Que conocía de oídas a Meléndez, que sólo sabía
de él que le apodaban 'El Niño de Algeciras' y que nunca participó en el asalto
y robo de la finca del guarda porque, un día antes, marchó a La Sauceda para
acompañar al 'Caracolón' y a su familia. También negó que portara armas, porque
su trabajo era el de arriero, si bien admitió que había estado a las órdenes
del comité republicano de La Sauceda con la misión de vigilar y avisar, con
ayuda de una cuerna, de la llegada del Ejército rebelde y, en otras ocasiones,
con escopetas de vigilancia que eran propiedad del comité.
Finalmente, el juez instructor sólo pudo procesarle por un
delito de auxilio a la rebelión. No tenía más que eso. 'Pelusa' fue ingresado
en las cárceles de Jerez y Cádiz en espera de la celebración del consejo de
guerra.
La vista se celebró en Cádiz el 25 de marzo de 1938. La
sentencia posterior exoneraba a 'Pelusa' del saqueo en la casa del guarda y del
asesinato de Meléndez pero castigaba a García Florido como autor de un delito
de auxilio a la rebelión. Fiscalía pidió treinta años de reclusión por este
delito, mientras que el tribunal le condenó a una pena de catorce años, ocho
meses y un día. La condena le fue conmutada en 1944 y Antonio García Florido,
'Pelusa', se recogió en Algeciras, donde se le pierde el rastro.
A José Jiménez, el industrial propietario del camión que fue
despeñado en La Jarda y amigo de Meléndez, lo dejamos en Jimena, donde
consiguió -junto a sus compañeros- un salvoconducto para llegar hasta la
estación de la localidad malagueña de Gaucín. Jiménez, sin embargo, llegó a
Gaucín, cogió campo a través para volver a Jerez pero por el camino fue
reconocido por los milicianos, por lo que tuvo que regresar a Jimena, donde
permaneció detenido durante varios días. Más adelante, fue trasladado a Ronda,
donde trabajaría como barbero.
Juan Fernández 'Busique', el arriero de Meléndez, recorrió
los mismos pasos que Jiménez y también fue reconocido en el valle de La Sauceda
por un miliciano que le apresó. 'Busique' fue conducido junto a un grupo de
arrieros que también habían sido detenidos. Con ellos convivió 'Busique'
durante cuatro cinco días, hasta que sus captores se deshicieron de ellos cerca
de Gaucín. Desde aquí, 'Busique' llega a Ronda, donde coincide con Jiménez, el
chófer Pepe 'El Garrotín' y el ayudante Juan Pérez. Se escondían en una cueva
pero, una noche, al escaparse uno de los mulos, los hombres fueron a capturarlo
y, al salir del refugio, se toparon con un grupo de milicianos con las escopetas
en la cara. Los cuatro hombres fueron conducidos a San Pedro de Alcántara,
donde permanecieron hasta que el avance de las tropas de Franco obligó a los
milicianos a refugiarse en Málaga. Días después, los cuatro hombres regresaron
a Jerez.
Los hermanos 'Tomiros', Antonio y Domingo Ruiz ('El de la
Toma') junto a Ambrosio González Ortega, no siguieron el repliegue hacia Ronda
de las fuerzas republicanas tras la toma de La Sauceda por las tropas
nacionales. Fueron fusilados en aplicación del Bando de Guerra. Nunca fueron
reclamados ni interrogados por el crimen de Juan Sánchez Meléndez.
Rosa Sánchez Márquez, hija de Juan Sánchez Meléndez y esposa
de Manuel Cabeza Pérez, alcalde de La Sauceda, nunca imaginó que terminaría
sola sin nada de valor salvo cuatro hijos pequeños, rapada y exhibida en
Ubrique como un trofeo, junto a otras mujeres, después de haberse tomado la
correspondiente dosis de aceite de ricino que sus captores le suministraron.
En el hogar de la calle Empedrada de Jerez, el crimen dejó
otras víctimas: La viuda Isabel Márquez Muñoz y sus hijos quedaron
inexplicablemente desposeídos de todos los bienes de su marido, lo que les
condujo a un largo y penoso peregrinar en la ciudad en busca de techo y comida
para su extensa prole. Juan Sánchez podría haber sido declarado un héroe, ya
que perdió la vida intentando valientemente traer una partida de carbón a
Jerez, un combustible esencial en aquellos tiempos para cubrir las necesidades
básicas de sus habitantes.
Pero lejos de eso, dejó a su mujer, ajena como era costumbre
en esa época de los negocios de su marido, al cuidado de los hijos, con unos
recursos mínimos que le permitieron tirar hacia delante durante muy poco tiempo
hasta que se quedaron sin nada. Aquella familia ni tenía dinero ni sabía cómo
ejercer su defensa. Después de lo sucedido tan precipitadamente al perder la
referencia y el potencial universal que representaba el cabeza de familia, sólo
le quedaba un inmenso frío que le terminó helando la voluntad por el
sufrimiento y el miedo.
La muerte de Juan beneficiaría a algunos usurpadores y
aprovechados que no faltaban aquellos días, entre ellos la persona de confianza
que le llevaba las cuentas. Los nacionales, como no debieron reconocerles como
gente adicta a su causa, tampoco le facilitaron ayuda. Y en realidad de lo que
se trataba era de una familia inocente y desamparada por culpa de una guerra
que llevó a los españoles a caer sin necesidad en el infierno.
Juan Sánchez quizá murió para satisfacer a los sediciosos
cuando, para justificar el glorioso alzamiento nacional, argumentaban que el
pueblo español era racialmente violento y dado a las guerras fratricidas; que
los poderes surgidos de las elecciones de febrero de 1936 eran ilegítimos; que
ante la incapacidad del gobierno republicano para garantizar la vida y los
bienes personales de las personas de orden, aquel golpe de estado tenía como
objetivo prevenir a España de un complot comunista.
Juan Sánchez Meléndez también murió para que tomemos
conciencia de que aquel innombrable acontecimiento de la historia de España
nunca más debe volver a repetirse.
En noviembre de 1936, tropas de la Falange y voluntarios de
las Milicias al mando del teniente de la Guardia Civil de Ubrique, José Robles,
cercaron el cortijo de 'El Marrufo', paso natural de los republicanos que huían
hacia Málaga, y acometieron una represión sangrienta. Toda la provincia estaba
ya en manos de los rebeldes.
Pese a los recientes esfuerzos de la familia, el cuerpo de
Juan Sánchez Meléndez nunca ha sido encontrado.
Fotos:
1. Alferez Marceliano Ceballos González
2. Manuel Sánchez Meléndez
3. María Machuca
4.Rosa Sánchez Márquez