sábado, 10 de enero de 2015

Para qué murió Juan Sánchez (III)

Eran alrededor de las diez de la noche cuando Jiménez y sus tres compañeros alcanzaron La Sauceda de Cortes conducidos por Domingo 'El de la Toma' y sus hombres. Allí pasaron la noche hasta que, a primeras horas de la mañana, volvieron a ponerse en el camino en dirección a Jimena para comparecer ante el comité republicano de esa localidad.

Un implacable calor les persiguió durante todo el recorrido hasta que los hombres y el grupo de milicianos armados a caballo llegaron sobre las cuatro de la tarde a 'Las Cañillas'. Tomaron a una treintena más de presos y, juntos, marcharon hasta Jimena, a donde llegaron una vez que la tarde había caído. Al igual que al resto de detenidos, los cuatro ayudantes del malogrado Juan Sánchez Meléndez fueron interrogados nada más llegar por el comité y, al no encontrárseles indicio alguno, se le suministró a cada uno un vale para el comedor público de Jimena, que estaba instalado en la iglesia del pueblo, y fueron puestos en libertad. Desde aquí, solos o bien acompañados, los cuatro hombres tomaron caminos distintos con toda clase de suertes.

Pasaron los meses y el monte enmudeció. El asesinato del industrial llevaba el camino de convertirse en una de las muchas muertes violentas sin aclarar que sólo representaría un número más en la escurridiza memoria de la guerra. Pero al final de ese camino esperaba su oportunidad un capitán del bando nacional, Alberto Llamas García, nombrado a la sazón juez instructor del Consejo de Guerra permanente, el tribunal encargado de juzgar a los reos de alta traición. Y por lo que se había podido averiguar, Antonio García Florido, 'Pelusa', encuadraba en este tipo de presos. Abrió entonces Alberto Llamas el sumario 419/37, el número de caso que se le asignó al asalto de la casa del guarda forestal de La Jarda y el asesinato del industrial Sánchez Meléndez.

La instrucción se extendió desde agosto de 1937 a abril del año siguiente. De sus resultados, hemos sabido ahora. Por tanto, es una historia nueva.Tuvo que ser prolija, porque el juez instructor hubo de desplazarse en numerosas ocasiones hasta La Jarda para tomar declaración a testigos e implicados, pero ahí quedó. El sumario no recoge ninguna prueba pericial, ni tan siquiera el hallazgo y análisis del cuerpo del empresario. Alberto Llamas instruía un asesinato sin prueba del delito. El cuerpo del industrial quedó sin vida bajo aquellos matorrales, pero jamás fue reclamado ni encontrado.

Las primeras diligencias de Llamas dieron algún fruto: Por los testimonios de Ana Gallego Fernández, la mujer de Manuel Domínguez 'el Caracolón', y de María Mateo, esposa del guarda Juan Cabeza, pudo reconstruir el asedio de los milicianos en La Jarda entre los días 23 y 24 de agosto de 1936, la salida obligada del colono y su familia a La Sauceda, las amenazas de muerte que García Florido 'Pelusa' habría proferido a la mujer del guarda y el posterior asalto al despacho del ingeniero y la confiscación del dinero que allí había depositado, cuando la partida que dirigía el alcalde de la Sauceda Manuel Cabeza Pérez se presentó en la finca y el guarda, alertado, había marchado junto a su hijo al cuartel de la Guardia Civil de El Algar.

Llamas podría acusar a 'Pelusa' de los delitos de asalto, robo y amenazas de muerte contra el guarda Cabeza. Pero la historia que se dibujaba en su memoria adolecía de consistencia. Ana Gallego no asistió a la discusión ni sabía quién era 'Pelusa', por lo que se trataba de la palabra de María contra la de Florido. Además, ninguna de las muchas rondas de identificación que se sucedieron  acabó con resultado positivo. Nadie reconocía a 'Pelusa'.

¿Cómo atribuirle entonces su participación en la muerte a perdigonadas de Juan Sánchez si ninguno de los testigos lo colocaba en aquel momento y lugar? Las versiones de las dos mujeres eran vagas: 'He oído por rumores que fue 'Pelusa' quien acabó con Meléndez". Incluso, cuando Llamas tomó declaración a los compañeros del fallecido, ni Jiménez, ni el chófer Barrera, ni 'Busique' ni el otro ayudante, pudieron señalarle con el dedo: "Nos obligaron a mantenernos todo el tiempo boca abajo, no podíamos ver quiénes fueron los hombres que salieron en busca de Meléndez" cuando, tras huir, le dieron caza ese 26 de agosto cerca del canal del Charco de los Hurones.

El 21 de agosto de 1937 ocurrió un hecho inesperado: Sabiéndose en busca y captura, Antonio García Florido se entrega a las nueve de la noche en el cuartel de la Guardia Civil de Cortes de la Frontera. Pero, ¿qué sabemos de este hombre?, ¿por qué todos los rumores apuntaban a la misma persona? Y, sobre todo ¿qué motivos le habían llevado a dar muerte al empresario? Todas esas preguntas quedarían envueltas en una enorme incógnita.

Por los testimonios aportados ante Llamas y, más tarde, ante el teniente José Luis Molina, que retomó la instrucción del caso, sólo pudo saberse que Antonio 'Pelusa', natural de Cortes, de 32 años de edad, era persona dedicada habitualmente al contrabando de tabaco y café, como la mayoría de los habitantes de La Sauceda. No contaba con significación política alguna, pero se conocía que, al iniciarse el Movimiento Nacional, se había unido al comité de defensa republicano de esa localidad.

Tampoco fue muy aclaratorio el testimonio de María Machuca Jiménez, ubriqueña de 42 años y esposa de Manuel Sánchez Meléndez, hermano de Juan, que conoció a 'Pelusa' porque coincidían con frecuencia en la Dehesa de Montifartillo, donde la mujer vivía y suministraba café, azúcar y otros víveres que traía de La Línea. Aseguró que nunca había oído que fuera García Florido el autor del asesinato de su cuñado, pero que guardaba muchas sospechas de que hubiera sido obra de 'Los Tomiros', los hermanos Antonio y Domingo Ruiz.

En pocos días y en un par de ocasiones, Manuel Sánchez Meléndez había salvado el pellejo por obra del azar. La primera ocasión fue cuando, al enterarse de la muerte de su hermano, se colgó una zoleta al hombro y cogió campo a través para localizar el cuerpo y darle sepultura. Por el camino fue advertido para que se diera la vuelta, sin dejar de aflorarle las lágrimas hasta llegar a su casa, si no quería correr el mismo destino que su hermano mayor. Manuel quería y respetaba a Juan con pasión. En una segunda oportunidad, unos vecinos acudieron a recogerle a su casa para, juntos y en cumplimiento del bando de guerra, dirigirse al cuartel de la Guardia Civil de El Algar para entregar las escopetas de caza. Manuel les contestó que en ese momento no podía irse y dejar el trabajo que tenía entre manos, porque estaba refogando el carbón y era una faena que no se podía dejar a medias. Los vecinos marcharon finalmente sin Manuel. Pero cuando llegaron a las cercanías del cuartel portando las armas, los guardias, que desconocían sus verdaderas intenciones, detuvieron a los hombres, que fueron poco después fusilados.

Dados aquellos acontecimientos y con la toma de los últimos reductos de la zona por los rebeldes, María, mujer emprendedora, forzó a su marido a que se fuera de allí. Así lo hizo. Manuel terminó en la zona de Valencia hasta el final de la guerra sin pegar un solo tiro. María quedó con ocho de sus nueve hijos. El mayor de los varones, Andrés Sánchez Machuca, se había unido a las resistencia republicana. María y su cuñada soltera María Sánchez Meléndez fueron obligadas por las milicias nacionalistas a dejar la casa que habitaban y las llevaron a pie hasta Alcalá de los Gazules. Esta escena fue tratada en una noticia publicada en el Diario de Cádiz a modo de propaganda por los rebeldes con el siguiente titular: "Una familia abandonada por un mal padre ha sido liberada de zona roja".

Al terminar la guerra, Manuel volvió y se presentó a las autoridades. Fue encarcelado durante unas semanas y liberado a continuación por la influencia que ejerció un propietario conocido para quien Manuel había trabajado y a quien había ayudado a salir de la zona republicana los primeros días del levantamiento. Este mismo hombre también cuidó de su familia, ofreciéndole las llaves de una casa en Alcalá de los Gazules cuando se enteró que habían sido trasladados al pueblo. Manuel Sánchez Meléndez sobrevivió a la locura y a la barbarie porque ese sería su destino.

Cuando el juez José Luis Molina interrogó a 'Pelusa', éste lanzó toda clase de evasivas: Que conocía de oídas a Meléndez, que sólo sabía de él que le apodaban 'El Niño de Algeciras' y que nunca participó en el asalto y robo de la finca del guarda porque, un día antes, marchó a La Sauceda para acompañar al 'Caracolón' y a su familia. También negó que portara armas, porque su trabajo era el de arriero, si bien admitió que había estado a las órdenes del comité republicano de La Sauceda con la misión de vigilar y avisar, con ayuda de una cuerna, de la llegada del Ejército rebelde y, en otras ocasiones, con escopetas de vigilancia que eran propiedad del comité.

Finalmente, el juez instructor sólo pudo procesarle por un delito de auxilio a la rebelión. No tenía más que eso. 'Pelusa' fue ingresado en las cárceles de Jerez y Cádiz en espera de la celebración del consejo de guerra.

La vista se celebró en Cádiz el 25 de marzo de 1938. La sentencia posterior exoneraba a 'Pelusa' del saqueo en la casa del guarda y del asesinato de Meléndez pero castigaba a García Florido como autor de un delito de auxilio a la rebelión. Fiscalía pidió treinta años de reclusión por este delito, mientras que el tribunal le condenó a una pena de catorce años, ocho meses y un día. La condena le fue conmutada en 1944 y Antonio García Florido, 'Pelusa', se recogió en Algeciras, donde se le pierde el rastro.

A José Jiménez, el industrial propietario del camión que fue despeñado en La Jarda y amigo de Meléndez, lo dejamos en Jimena, donde consiguió -junto a sus compañeros- un salvoconducto para llegar hasta la estación de la localidad malagueña de Gaucín. Jiménez, sin embargo, llegó a Gaucín, cogió campo a través para volver a Jerez pero por el camino fue reconocido por los milicianos, por lo que tuvo que regresar a Jimena, donde permaneció detenido durante varios días. Más adelante, fue trasladado a Ronda, donde trabajaría como barbero.

Juan Fernández 'Busique', el arriero de Meléndez, recorrió los mismos pasos que Jiménez y también fue reconocido en el valle de La Sauceda por un miliciano que le apresó. 'Busique' fue conducido junto a un grupo de arrieros que también habían sido detenidos. Con ellos convivió 'Busique' durante cuatro cinco días, hasta que sus captores se deshicieron de ellos cerca de Gaucín. Desde aquí, 'Busique' llega a Ronda, donde coincide con Jiménez, el chófer Pepe 'El Garrotín' y el ayudante Juan Pérez. Se escondían en una cueva pero, una noche, al escaparse uno de los mulos, los hombres fueron a capturarlo y, al salir del refugio, se toparon con un grupo de milicianos con las escopetas en la cara. Los cuatro hombres fueron conducidos a San Pedro de Alcántara, donde permanecieron hasta que el avance de las tropas de Franco obligó a los milicianos a refugiarse en Málaga. Días después, los cuatro hombres regresaron a Jerez.

Los hermanos 'Tomiros', Antonio y Domingo Ruiz ('El de la Toma') junto a Ambrosio González Ortega, no siguieron el repliegue hacia Ronda de las fuerzas republicanas tras la toma de La Sauceda por las tropas nacionales. Fueron fusilados en aplicación del Bando de Guerra. Nunca fueron reclamados ni interrogados por el crimen de Juan Sánchez Meléndez.

Rosa Sánchez Márquez, hija de Juan Sánchez Meléndez y esposa de Manuel Cabeza Pérez, alcalde de La Sauceda, nunca imaginó que terminaría sola sin nada de valor salvo cuatro hijos pequeños, rapada y exhibida en Ubrique como un trofeo, junto a otras mujeres, después de haberse tomado la correspondiente dosis de aceite de ricino que sus captores le suministraron.

En el hogar de la calle Empedrada de Jerez, el crimen dejó otras víctimas: La viuda Isabel Márquez Muñoz y sus hijos quedaron inexplicablemente desposeídos de todos los bienes de su marido, lo que les condujo a un largo y penoso peregrinar en la ciudad en busca de techo y comida para su extensa prole. Juan Sánchez podría haber sido declarado un héroe, ya que perdió la vida intentando valientemente traer una partida de carbón a Jerez, un combustible esencial en aquellos tiempos para cubrir las necesidades básicas de sus habitantes.

Pero lejos de eso, dejó a su mujer, ajena como era costumbre en esa época de los negocios de su marido, al cuidado de los hijos, con unos recursos mínimos que le permitieron tirar hacia delante durante muy poco tiempo hasta que se quedaron sin nada. Aquella familia ni tenía dinero ni sabía cómo ejercer su defensa. Después de lo sucedido tan precipitadamente al perder la referencia y el potencial universal que representaba el cabeza de familia, sólo le quedaba un inmenso frío que le terminó helando la voluntad por el sufrimiento y el miedo.

La muerte de Juan beneficiaría a algunos usurpadores y aprovechados que no faltaban aquellos días, entre ellos la persona de confianza que le llevaba las cuentas. Los nacionales, como no debieron reconocerles como gente adicta a su causa, tampoco le facilitaron ayuda. Y en realidad de lo que se trataba era de una familia inocente y desamparada por culpa de una guerra que llevó a los españoles a caer sin necesidad en el infierno.

Juan Sánchez quizá murió para satisfacer a los sediciosos cuando, para justificar el glorioso alzamiento nacional, argumentaban que el pueblo español era racialmente violento y dado a las guerras fratricidas; que los poderes surgidos de las elecciones de febrero de 1936 eran ilegítimos; que ante la incapacidad del gobierno republicano para garantizar la vida y los bienes personales de las personas de orden, aquel golpe de estado tenía como objetivo prevenir a España de un complot comunista.

Juan Sánchez Meléndez también murió para que tomemos conciencia de que aquel innombrable acontecimiento de la historia de España nunca más debe volver a repetirse.

En noviembre de 1936, tropas de la Falange y voluntarios de las Milicias al mando del teniente de la Guardia Civil de Ubrique, José Robles, cercaron el cortijo de 'El Marrufo', paso natural de los republicanos que huían hacia Málaga, y acometieron una represión sangrienta. Toda la provincia estaba ya en manos de los rebeldes.


Pese a los recientes esfuerzos de la familia, el cuerpo de Juan Sánchez Meléndez nunca ha sido encontrado.

Fotos:
1. Alferez Marceliano Ceballos González
2. Manuel Sánchez Meléndez
3. María Machuca
4.Rosa Sánchez Márquez

Para qué murió Juan Sánchez (II)


EL camino hasta La Jarda es largo y duro. La mayoría de sus tramos permanecen sin asfaltar. Tomarán la carretera de Cortes, pasando por el asentamiento de Cuartillos, el cortijo de la Florida y la colonia rural de San José del Valle hasta llegar a La Jarda, donde Juan Sánchez recogerá el carbón que tenía comprado en el campo. Pepe Barrera Macía ‘el Garrotín’ se hace cargo del volante. Le ayuda Juan Pérez, vecino de la calle Juan de Torres. El vehículo es propiedad de un industrial de la Puerta del Sol. Su nombre es José Jiménez Martínez, que acompaña como conductor del camión a Sánchez Meléndez.

Los cuatro hombres apenas hablan durante el camino. Mientras duró el viaje, Juan Sánchez no paraba de darle vueltas a la cabeza. Había sido avisado por parientes y colegas de lo arriesgado de pisar los montes y le retumbaban como una losa las palabras  de despedida de su mujer. Le habían advertido que había rojos por todos lados, que una emboscada era práctica común en aquel paraje y que los carboneros eran presas fáciles para los milicianos. Pero Juan desoyó todos aquellos consejos. De hecho, desde el 18 de julio, había acudido en dos ocasiones a recoger el carbón a los montes y en ninguno de esos días, se había  encontrado con problema alguno.

Tampoco Juan podría quedar cruzado de brazos, se pensaba. Una familia atrás . Y la prole era larga. A modo de pasatiempo, trató de memorizar en perfecto orden de edad sus nombres: Paula, Rosa, Andrés, Consuelo, Manuela, Juan, José, María e Isabel. Tampoco su situación económica era delicada. Había trabajado en exceso. Todo por los niños.  Era propietario del negocio del carbón, poseía un ventorrillo en ‘La Gordilla’, junto a Marrufo, disponía de animales de carga, una moto con sidecar para desplazarse y casa en propiedad. Además, se preguntaba que si ya había recogido el carbón con toda normalidad en dos ocasiones anteriores, ¿por qué habría de pasar algo?
Cuando llegaron cerca del nacimiento de El Tempul, junto al ‘puerto del Palmetín’, Pepe reconoció una figura a lo lejos.

- ¡Parece ‘Busique’! -gritó de repente.

Llegó a su altura y Pepe accionó los frenos. El chirriar del camión hizo volver en sí a Juan, absorto en sus pensamientos. Resultó ser un joven de unos treinta años, José Fernández Benítez, un jerezano de la barriada de La Plata a los que todos conocían por el apodo de ‘Busique’. Se empleaba ‘Busique’ en toda suerte de oficios, entre ellos el de trabajar con Juan Sánchez como ayudante en la venta y arriero. Su trabajo era duro: cuando llegaba el camión, el arriero sacaba el carbón con ayuda de las bestias y lo arrimaba a la carretera para que fuera cargado en el camión.

-¿Qué haces, ‘Busique’? -le insistió Pepe ‘el Garrotín’ extrañado al verle andando solo. ‘Busique’ cogió el resuello tras la caminata, saludó con gestos exagerados a los del coche y se explicó.

- He estado esperando en el campo a Juan Sánchez para cargar el camión, pero como habían pasado tres días desde la fecha en que habíamos quedado,  decidí por mi cuenta volver a Jerez. Más que nada -siguió explicando el arriero- porque no paran los rumores de que por aquí andan rojos sueltos. He tenido que dejar los mulos a mi compañero, Juan Gómez porque, la verdad, tenía miedo de que me cogieran.

La mayoría de las veces, los mulos eran dejados en la venta de Juan. Él mismo decidió cerrar el ventorrillo para trasladarse con toda la familia a Jerez, a un lugar seguro. Se lo aconsejó su buen olfato. Había  algo igual de engorroso: En la venta, las visitas de las milicias nacionales en busca de Andrés, su hijo mayor, se hicieron constantes y la situación se iba agravando. Andrés ya estaba casado y se había unido a la resistencia en La Sauceda. El final fue triste. Cuando se tomó el poblado, ya con su mujer en cinta, corrió la misma suerte de sus compañeros en armas en Málaga. 

No quedaba duda de que Juan Sánchez tenía motivos suficientes para estar alerta. Además, su hija Rosa era la esposa del alcalde de La Sauceda -aún bajo mando republicano-, Manuel Cabeza, y aún confiando en su capacidad para salir adelante entre los dos frentes, en algún momento le pasaría por la cabeza que desde cualquier parte podría venirle un tiro de gracia.

En el Tempul, Sánchez intervino entonces:

- ¡Vamos, ‘Busique! -le animó-. ¡Será sólo un momento! ¡El tiempo de cargar y nos vamos de vuelta a Jerez!
‘Busique’ aceptó. Subió al camión y se encaminaron hacia el lugar donde esperaba la carga de carbón.

El camión se adentró lentamente en La Jarda. Eran las dos de la tarde. El vehículo entra en la ‘Albina de las Flores’, donde la carretera hace una revuelta, para pasar entre dos trincheras que hay a ambos lados al tratarse de una enorme piedra cortada. De repente, comenzaron a oírse gritos y disparos desde todas las direcciones.

-¡Alto!, ¡alto!

‘El Garrotín’ paró inmediatamente el camión. Segundos después, Sánchez abrió la puerta del vehículo y, con un pie en el estribo y el otro en tierra, enarboló una pequeña bandera nacional reservada para cruzar las líneas y comenzó a gritar:

- ¡No tirarme, hombre!, ¡no tirarme!, ¡viva España! - gritó con todas sus fuerzas. Cuando los que estaban apostados se incorporaron, vio a su alrededor a unos ocho hombres apuntando con escopetas de caza, pero cuando reconoció entre ellos a Domingo Ruiz ‘el de la Toma’, que parecía liderar al grupo de paisanos armados, su corazón se aceleró y se presintió lo peor. Juan salió corriendo hasta caer por un terraplén a un lado de la carretera;  siguió huyendo y  se escondió tras un chaparro para salir hasta un bujeo por donde desapareció. Entretanto, no cesaban los gritos de Domingo:

-¡Bigote, que te tengo ganas! -repetía mientras huía el empresario-. ¡Bigote, no huyas!
Mientras esto ocurría, Pepe el chófer, Jiménez y su ayudante Juan eran obligados a abandonar el camión y ponerse cuerpo a tierra. En esta posición, les cachearon y quitaron todo lo que llevaban encima. ‘Busique’ había logrado huir detrás de Juan Sánchez pero tal miedo se apoderó de él que decidió mantenerse bajo un chaparro, desde donde vio cómo Juan huía entre los disparos hasta esconderse en unos zarzales. Una vez descubierto, ‘Busique’ volvió junto a sus compañeros. Poco después, el ruido de los cartuchos se detuvo, se impuso el silencio y pasaron minutos que se convirtieron en siglos para Juan.
¿Qué pasa por la cabeza del reo conducido a una muerte segura instantes antes de su ejecución? Exhausto y empapado en sudor por la carrera y el fuerte calor, su pulso se aceleró hasta el infinito, cayó boca abajo con su enorme humanidad sobre el matorral, escuchaba cada vez más fuerte el bombear del corazón, cerró los ojos y, como sabiéndose descubierto, se persignó y esperó  el final.

No muy cerca de ahí, parecía escucharse una conversación. Uno de los milicianos, de mediana estatura, pelo rubio, barbilampiño, de nariz aguileña y tocado con un gorrillo militar, hablaba con ‘El de la Toma’.

- Domingo, quédate tú aquí vigilando a estos, que yo voy con estos cuatro a por ese.

- ¡Que no escape, que no escape! -le insistió-. ¡Que como escape estamos perdidos!
Los cinco hombres marcharon corriendo en busca de Meléndez. A los pocos minutos, se escucharon varios disparos que retumbaron, a los que siguió un impresionante silencio. Pasaron quince minutos exactamente y el grupo volvió a encontrarse con Domingo, con el que conversaron unos minutos. Uno de los hombres, que se protegía con una boina, llevaba entre sus manos la cartera de Juan. Comenzó a sacar documentos, que pasaron de mano en mano, y un fajo de billetes que podría sumar unas seiscientas pesetas.  Al verlos, Jiménez, que permanecía tumbado en el suelo junto a sus compañeros, preguntó:

- ¿Qué?, ¿qué ha pasado con Meléndez?, ¿ha escapado o lo habéis matado?

- Se ha ido -contestó uno de los hombres.- Domingo, que ya conocía lo ocurrido, se le encaró:

- ¿Por qué dices que se ha escapado? Sí, lo hemos matado... ¿qué pasa? ¡Ahí le hemos dejado para que se lo coman los cochinos!

Pasó un instante hasta que Domingo continuó:

- ¡Vamos a tirar este coche! -ordenó a los retenidos. Jiménez volvió a intervenir.
-Pero hombre, ¿por qué vais a tirar el camión? ¡Si este camión vale un dinero en cualquier parte!
- ¡Tira el coche o te tiro a ti también! -le amenazó Domingo. Jiménez y sus compañeros obedecieron.  Acercaron el camión a un barranco y, a empujones, lo despeñaron. El vehículo cayó al vacío hasta que, segundos después, tocó el suelo y se perdió a la vista entre una intensa arboleda. Ya no quedaba rastro del paso de Juan Sánchez por La Jarda. Domingo ordenó entonces a los cuatro hombres que se sentaran bajo un chaparro.

- ¡Ahí quietos! -dijo-. Cuando vengan los camiones de Luis Becerra y de Pepe Ortega nos iremos. ¡Esos son otros dos canallas! Ya no les van a llevar más carbón a los fascistas. ¡A estos los cogemos y les llenamos la olla a tiros!

Cayó la tarde y no hubo movimiento alguno en el camino. ‘El de la Toma’ habló con los suyos y decidieron emprender la marcha hasta La Sauceda. Jiménez, el chófer ‘Garrotín’, Juan Pérez y ‘Busique’ encabezaban la marcha; tras ellos, Domingo lideraba a sus hombres.

Buenos conocedores de los senderos y vericuetos que esconden la espesa vegetación, el camino se hizo corto. Los hombres atravesaron pastizales y zonas repletas de acebuches que precedían a interminables bujeos, vadearon pequeños arroyos, marchando en perfecto orden entre senderos e imponentes rocas de arenisca. Un  fuerte olor a brezo les acompañaba durante el camino que, en algunos momentos, aparecía alfombrado de hojarasca. Cuando alcanzaron la ‘Piedra de la Gallina’, los hombres se tomaron un descanso cerca de unos chozos abandonados donde todavía podían distinguirse los rastros de un revolcadero de jabalíes. Aprovechando el receso, uno de los captores tomó el nombre de los cuatro detenidos, que anotó con dificultad en un papel de fumar.

Minutos después, reemprendieron la marcha, dejando atrás el paraje de Puerto Gáliz y la Loma del Jabato. A medida que la noche cerraba, el monte comenzaba a presentar otro aspecto. Entre gigantescos quejigos, Jiménez divisaba enormes alcornoques de ramas retorcidas aún con cicatrices en sus troncos resultado de los últimos descorches. En sus ramas, algunas desnudas de vegetación, se posaba caprichosamente un ave rapaz, lo que proporcionaba un aire espectral al paisaje. Ya próximos al pueblo, el paisano de nariz aguileña y gorrillo militar advirtió a los detenidos:

- ¡Cuidadito con decir nada del Meléndez en La Sauceda!

- ¡Mucho cuidado! -le interrumpió Domingo-. Que el canalla ese era suegro de mi jefe Cabeza, alcalde de La Sauceda.  La pobre de la hija lo sentiría como su padre que es... y su hijo, que también está en el pueblo. ¡Pero es que se lo merecía! Si se enteran, a mí me vuelan la cabeza, ¡pero a ustedes se la volamos antes camino de Jimena!  Así que, ¡cuidadito!

Fotos:

1. Manuel Cabeza Pérez
2. Andrés Sánchez Márquez
3. Rosa Sánchez Márquez



Para qué murió Juan Sánchez (I)

En agosto de 1936, el empresario del carbón Juan Sánchez Meléndez murió en Montes de Propios por los tiros que le descerrajó un miliciano. Las autoridades rebeldes instruyeron el suceso durante 1937. Para la Justicia de Franco, la causa fue conocida como el sumario 419/37.


EN agosto de 1936 la sangre fluía a borbotones y no era debido sólo al calor de un verano cualquiera en los Montes de Propios de Jerez. La rebelión militar triunfaba en casi todas las localidades de la provincia. Ubrique, la población de mayor importancia en aquella zona, se había rendido semanas antes bajo la amenaza de ser bombardeada. La resistencia ejercida por la Guardia Civil, carabineros y miembros de organizaciones sindicales no pudieron evitar la toma del pueblo por el Grupo de Regulares de Infantería de Ceuta número 3 enviado por el general Queipo de Llano y un grupo de falangistas al mando de Mora-Figueroa. Los refuerzos solicitados por el comité de defensa no pudieron llegar a tiempo. Aún resistía la cercana Grazalema que, días más tarde, sería bombardeada por aviones Breguet 19 que, probablemente, venían de la zona de La Zarandilla, próxima al convento de frailes de La Cartuja. Finalmente fue tomada por la 'Columna Cádiz', guiada por el comandante Arizón.



En las siguientes líneas se recogen los días previos a la desaparición de Juan Sánchez. Durante décadas, su muerte permaneció en silencio. Este año, sus familiares excavaron un supuesto enterramiento donde no se encontró ningún resto humano. Una casualidad les llevó a descubrir que las circunstancias de su muerte fueron otras muy distintas. La narración y sus diálogos han sido construidos en base a los testimonios de los protagonistas de esta historia ante las autoridades militares y contenidos en el sumario. Su lectura permitirá no sólo conocer los detalles del dramático final de Sánchez Meléndez, sino además las costumbres, forma de vida y sentimientos de nuestras gentes.

Cuando los trozos de encina eran cortados y partidos en el tronco con el 'tronzador', eran transportados a través de las 'burras' o del acarreo 'a tirón' a las hoyas o carboneras. Una vez colocada la leña en los alrededores de la hoya, comenzaba el armado, clavando verticalmente un palo en el centro del ruedo. La hoya podía tener un diámetro de base de entre cuatro y diez metros y una altura de dos a cinco, por lo común en forma de cono. Para la correcta carbonización, se colocaba sobre la hoya una capa de arcilla de veinte centímetros de grosor, se retiraba el palo central y se practicaban agujeros en su base con la sacagable o palo largo para que pudiera respirar. En ausencia de aire, la hoya alcanzaba entre los 400 y 700 grados centígrados, lo que requería de una permanente vigilancia. Cuando la capa estaba estable y no temblaba, era señal de que todo iba endureciéndose. Muchos de los carboneros morían al caer la pila aún sin endurecer. Por eso, la labor de los tiznados exigía una vigilancia continua de la hoya. Una vez terminada la cocción, se procedía a 'resfriar' la hoya, labor en la que había que invertir unos 20 ó 30 días. Este trabajo se realizaba en verano al amanecer o durante la puesta de sol, ya que el calor del carbón, sumado al calor del sol, hacía la labor muy dura. Por último, el carbonero preparaba la carga en sacos de arpillera que eran acarreados por los mulos hasta el cargue para su posterior transporte y destino.

Como cualquier otro día, a las seis de la tarde del 23 de agosto de 1936, era tan fuerte el olor que despedía la hoya que llegó a apoderarse, sin compasión, de los caminos, pasajes y senderos de La Jarda. Todo lo inunda el carbón. Los colonos de los montes conocen a la perfección esos olores. Se guían por ellos, rastrean las piezas y son maestros en esto. Una grulla puede orientarles sobre el tiempo que habrá; lo mismo si interpretan el movimiento del viento o las propias nubes. Parecen adivinos. En La Jarda, el olor a encina quemada envolvió el lugar donde se encontraba María Mateo Pérez, esposa del guarda forestal Juan Cabeza Rosado. María nació en Jerez y Juan le llevó hasta los montes. Era mujer de carácter vivo y valiente, lista y desenvuelta, como si los galones de su marido le infundieran algo de valor y autoridad.

A lo lejos vio acercarse a una partida de hombres a caballo. En la soledad de la vivienda, María se estremeció. Corrió a casa de su vecino Manuel Domínguez Pérez, al que conocían por 'el Caracolón' pero, al no encontrar a nadie, aguardó la llegada de la patrulla. Reconoció entre ellos a Manuel Cabeza Pérez, a la sazón alcalde de La Sauceda, a quien acompañaban Antonio García Florido, al que apodaban 'Pelusa', Feliciano García Fernández y José Jiménez Ríos, o 'el barbero de Garcisobaco', como también era conocido, además de otros hombres que le preguntaron por su marido.

Armados con escopetas de caza, sus rostros aparecían tostados al sol, como si los sombreros de paja y gorras no les sirvieran de protección; vestían toda suerte de ropas sucias y descoloridas por muchos días de trabajo, el tiempo y el calor. Los más llevaban cabalgadura, otros iban a pie y vestían atuendos distintos, por lo que toda aquella visión recordaba más a un grupo abigarrado de antiguos vecinos armados haciendo labores de vigilancia en los montes, que a una disciplinada columna de republicanos.

Fue 'Pelusa' quien, pese a conocerla bien, le preguntó quién era.

- ¿Es que no me conocéis? Soy la mujer del guarda Juan Cabezas Rosado.

- Ah, sí… La mujer del guarda Cabezas -exclamó con ironía 'el Barbero'-. ¿Y tu marido?

- Recibió un aviso del sargento de la Guardia Civil de Algar para que se presentara allí.

- ¿Y las escopetas? -siguió preguntando 'el Barbero'-. ¿Dónde están las escopetas?

María relató entonces que el sargento de Algar le había pedido a su marido que le llevase las escopetas, cosa que no creyeron ninguno de los hombres. En ese momento, María trató de cerrar la conversación e intentó salir de la casa alegando que iba a encerrar unos pavos. 'Pelusa' le cortó el paso:

- Intenta dar un paso fuera y te meto un tiro que te dejo fría. ¡Deja a los pavos! -le gritó-. Que están bien guardados.

Ella quedó sentada, oyendo a 'Pelusa', que mostraba su escopeta bien afianzada al hombro.

- ¡Estoy dispuesto a pegarle un tiro a mi padre y a todo lo que se me ponga por delante!, ¡todavía tengo señalados los palos que me dio la Guardia Civil por una denuncia que tu marido me hizo de que estaba destrozando los alcornoques! Como lo coja, ¡la tajada más grande va a ser como una uña!

Aquella noche, María se vio obligada a resguardarse en casa de su vecino 'el Caracolón'. Antes de dormir, recordó que aquella tarde un arriero había aparecido con dos mulos que, con excesiva prisa, cargó con un colchón y algo de comida que habían sacado de la casa del 'Caracolón', al que se llevaron junto a su mujer y sus dos hijas hasta la Sauceda varios hombres a caballo. Le recordaba llorando mientras enrollaba uno de los colchones. Esto le mantuvo agitada durante horas hasta que el sueño le invadió.

A las ocho de la mañana, ya se advertía el calor en La Jarda. El día volvió a levantarse con un fuerte olor a cisco que perseguía a hombres y mujeres y que llegaba a impregnar sus ropas. De repente, se escuchó un zumbido que, en segundos, llegó a hacerse estruendoso. Todos miraron hacia arriba. En lo más alto del cielo apareció un avión. Las aves abandonaron precipitadamente los árboles, saliendo de estampida, los perros comenzaron a ladrar, algunos hombres dispararon en vano al aparato y toda la quietud de la mañana quedó rota por aquel ruido que aumentaba entre los bosques. Cuando se apagó el runrún, la voz del 'barbero de Garcisobaco' volvió a romper el silencio de la mañana:

- ¡María! ¡Ha llegado la hora de que abras las puertas de la casa! ¡Si no es por las buenas, será por las malas! Para nosotros es fácil; te llevamos a La Sauceda y allí que te vayan a buscar tu marido y tu hijo.

María veía cada vez más cerca el peligro que le acechaba. Se avino a las advertencias y condujo a los hombres hasta la puerta de su casa. La mujer abrió la puerta y entró junto a Manuel Cabeza, 'el barbero de Garcisobaco' y 'Pelusa', mientras los otros cubrían la entrada. Comenzaron a registrar la casa hasta entrar en el despacho del ingeniero municipal Salvador Robles, que se encontraba ausente, y en uno de los cajones de la mesa de trabajo encontraron 1.282 pesetas, de las que se apoderaron.

- Ahora, cuando vuelvan tu marido y el ingeniero, les dices que hemos sido nosotros -le dijo Manuel Cabeza a María mientras se alejaba del lugar con el resto del grupo.

Cuando un día después regresó a su casa el guarda, María le contó todo lo ocurrido a su marido Juan Cabeza; por su parte, él le explicó que aquél día decidió enviar a caballo al 'Caracolón' y al Abelardo al ventorrillo que está en el kilómetro 61 de la carretera de Cortes para que recogieran a una mujer. En el camino, ambos fueron apresados. Más tarde, vio a un grupo de milicianos armados acercándose a la finca, por lo que convino con su hijo en la idoneidad de marchar hasta Algar y pedir allí refuerzos para evitar que asaltaran su casa.

En Jerez, donde las tropas de Franco habían impuesto el orden sólo dos días después del golpe, se suceden durante esos días las primeras ejecuciones. El 24 de agosto son fusilados el alcalde Antonio Oliver Villanueva y el concejal Juan Taboada Jiménez. Ajena a todo ello, la ciudad funciona.

La mañana del día 26, en su hogar de la calle Empedrada, Juan Sánchez Meléndez se prepara para un trabajo de rutina. Debe volver a los Montes de Propios para recoger las cargas de carbón que depositaría en el depósito que tenía en la calle del Pollo para luego distribuirla entre las carbonerías de Jerez. Juan, 'El niño de Algeciras', 53 años a las espaldas, es carbonero, o mejor, 'remitente' de carbón, un hombre bueno sin significación política, trabajador como el primero, que había encontrado, con mucho esfuerzo, una situación desahogada gracias al 'oro negro' de la época.

Se miró al espejo y se atusó varias veces el bigote. Luego trató de tranquilizar a su mujer, Isabel Márquez, que alertada de los peligros que con ese viaje contraía, le manifestaba una profunda preocupación.

Le rogó que no se fuera. '¡Juan, no vayas!' Juan le respondió que no tenía nada que temer, que allí todos le conocían, que nadie le haría daño. Pero sus argumentos no pudieron evitar las lágrimas y la angustia con la que su mujer lo despedía mientras alisaba suavemente con la mano la chaqueta por la espalda. '¡No te vayas, Juan!' -le insistió-. Juan se caló el sombrero, cogió su habano y abandonó la casa. Eran las once de la mañana. Fuera, en el camión, esperaban sus ayudantes José Jiménez, Pepe Barrera y Juan Pérez. A lo lejos, volvió a oír la voz apagada de su mujer:


-¡Adiós, Juan!

Fotos:

1. Manuel Sánchez Meléndez
2. Isabel Márquez Muñoz

¿Que no somos tolerantes?




En el teatro Villamarta de Jerez, que fue rehabilitado hace ya unos años y ahora vive su edad de oro gracias a las conocidas plataformas ciudadanas, que se dieron en esta localidad hace unos lustros (en buena parte lideradas por el sindicalista de Comisiones Obreras José Manuel Trillo -no todo fueron huelgas-junto a otras instituciones cívicas y políticas), se ha instalado un busto de D. José María Pemán.

Este escritor de nuestra tierra gaditana, extensamente reconocido y aplaudido durante décadas pasadas, evolucionó políticamente desde un extremo hacia posiciones más saludables hasta llegar a establecer contactos con Rafael Alberti sobre la legalización del Partido Comunista de España. Como dijo Pitigrilli: “Se comienza en incendiario y se acaba en bombero”.

Se afianzó definitivamente como postulante de la monarquía parlamentaria (sin apartarse, de su afianzada posición laudatoria para con el Jefe de Estado anterior, como hicieron Dionisio Ridruejo o Gonzalo Torrente Ballester junto con otros destacados nombres de su generación, adictos en origen al régimen), haciéndose valedor fiel de Don Juan de Borbón y de su hijo. Razones por las que el Rey Juan Carlos le concedió el Toisón de Oro. Y alcanzó gran popularidad en los años sesenta por su guion para la serie de televisión El Séneca.
   
Con el gobierno del Partido Popular parece que toca ahora volver a los símbolos y costumbres que parecían casi olvidados o voluntariamente sobreseídos por el bien común.
Como lo han querido los jerezanos, dándole una holgada mayoría a los populares para que gobiernen con soltura la ciudad, no tengo nada que objetar. Salvo que cuando pase por la antesala del teatro Villamarta para ver una función, no podré evitar decirme a mí mismo y a quien me acompañe que D. José María, dramaturgo y fecundo articulista, fue el responsable de educación y cultura en la Junta de Burgos que algo tuvo que ver con la depuración que se le hizo a los hombres y mujeres de la ilustración española  personificados en los maestros de la república y otros contemporáneos suyos como Vicente Aleixandre (posteriormente Premio Nobel de Literatura), Alonso, Cernuda, poetas y catedráticos que pagaron con su vida, fueron condenados al exilio o al silencio por sus valores democráticos y apoyo a la República. Como dijo Francisco Umbral “Un intelectual de derechas que escribe bien, cuando toma conciencia de su contradicción, se resuelve en Pemán. Cuando escribe mal, se resuelve en Fraga”.

Me atrevería a pedirle al Ayuntamiento del Partido Popular que, junto al busto de D. José María, se continúe poniendo en el recibidor del teatro los bustos de otros de autores españoles como Valle Inclán, Azorín, Blasco Ibáñez, Casona o García Lorca, entre otros; más que nada por ver como queda.

No soy anticlerical y disfruto, como cualquiera, con las expresiones religiosas que, hoy, en extremo (a mi entender de manera contraproducente para los creyentes en su conjunto), se prodigan casi a diario por la ciudad. Pero tampoco puedo evitar retroceder a otra época que parecía superada cada vez que oigo hablar de misas de campaña o de manifestaciones sacadas del baúl más recalcitrante de nuestra historia.

Otro ejemplo de la acción de gobierno de nuestro ejecutivo local es la glorieta que se le acabada de dedicar al Santo Escrivá de Balaguer (en el rótulo de la glorieta reza: “Glorieta San JoseMaría Escrivá” (José María todo junto sin Balaguer), desconozco si se debe a un exceso o defecto de dimensión apostólica o lingüística, apocamiento del rotulista u otras razones), iniciador de un nuevo Camino dentro de la Iglesia conocido con el nombre de Opus Dei “Obra de Dios”.

No sería de mi gusto que a ésta glorieta le siguieran otras dedicadas al pintor Kiko Argüello iniciador de Camino Neocatecumenal o Marcial Maciel de los Legionarios de Cristo. Y no sería de mi agrado por que me falte consideración o respeto a otras creencias, sino porque siento más simpatías por corrientes, dentro de la Iglesia Católica, más de andar por casa. Pero por aguantar se aguanta lo que me echen.

Seguiré entrando en el teatro Villamarta y pasaré por la glorieta de San JoseMaría todas las veces que sean necesarias y sin que para ello tenga que tomarme media botella de absenta.


Si en Jerez no somos tolerantes, que venga Dios y lo vea. SALUD 

sábado, 29 de noviembre de 2014

Tolerancia Cero

En el proceso para nombrar a su primer secretario general, Pablo Echenique, que planteó una estructura de dirección plural y perdió, se ha desgajado de la dirección política de Podemos. Lo que quiere decir que para comenzar su andadura con estructura de Partido el precio parece elevado. Se podría decir, a simple vista, que la pérdida de este dirigente le ha costado a la formación política desprenderse aproximadamente de un veinte por ciento de masa encefálica.

Hace unos días se le ha lanzado un dardo a la línea de flotación a Iñigo Errejón por posibles anomalías con la beca de investigación que tiene asignada a través de la Universidad de Málaga, por lo que es mejor no seguir haciendo cuentas como caiga este joven brillante en los brazos del infortunio.

Cuando se les llama a los dirigentes de otros partidos “mayordomos de los privilegiados” y el lema de “la casta” se la endosan a un montón de gente. El listón de la integridad lo ponen tan alto que parece casi imposible que lo pueda saltar un humano de hoy en día. No está mal que así sea y no hay nada que reprocharles. Pero, claro, los de Podemos deben estar ya persuadidos de que como se hagan pis en la ducha les puede caer encima un inspector de medio ambiente con gorra de plato; y eso sin sacar a España de la OTAN ni cerrar las bases de los EE.UU. 

El término “tolerancia cero” la pusieron de moda unos universitarios americanos para definir su teoría de “las ventanas rotas”. Esta teoría la basaban en la necesidad de enderezar rápidamente y con vigor cualquier tipo de estropicio para evitar que se extendiera.

Esta misma tolerancia cero parece que la está aplicando el Papa Francisco (como siga así vamos a volver a comulgar más de uno) en el asunto de los “curas traviesos” llamados el clan de los Romanones (la que le ha caído con esta Secta al que tantas veces fue Ministro y Presidente de España. El pobre Conde tendría sus defectos, pero es inmerecido que su nombre caiga de esa manera en las alcantarillas de infierno), como el que no quiere la cosa.

Estaremos pendientes de las expectativas creadas porque al dirigente Pablo Iglesias, y acólitos, les están llegando las rebajas mucho antes de que comience el mes de Enero. Veremos si llega a Mayo con integridad y fortaleza para continuar con el proyecto de reparación inmediata de todas las ventanas rotas o por el contrario tanta pureza e integridad queda en aguas de borrajas.

SALUD   


Roba gallinas

Con la llegada del Estado de Derecho a nuestro país, las leyes parecieron laxas.  Había gente que pensaba que la autoridad ya había dejado de existir. Vivíamos con la preocupación de no saber si se había dado la orden de no meter a los delincuentes en la cárcel: “la policía nada puede hacer”,  “entran  por una puerta y salen por la otra”, se decía.

Fueron años agitados para la seguridad ciudadana: el trapicheo callejero de drogas, la rotura de cristales de coches para el robo de radio casetes, el tirón de bolsos o colgantes a los transeúntes etc. eran noticias habituales en la prensa y en ocasiones era motivo de cierta alarma social.

Una parte de la sociedad pensaba que todo esto era lo que había traído la democracia: bandolerismo, falta de respeto, pérdida de las buenas costumbres, inseguridad, caos. Y otra parte pensaba que los pequeños delincuentes eran fruto de una sociedad injusta,  que éstos eran la parte débil por la que siempre se parte la cuerda,  que las leyes siempre protegen a los fuertes;  que todo tiene su origen en la desigualdad.

Pero, buscándole tres pies al gato: ¿Quién no ha oído hablar de los ladrones de guante blanco?  En aquellos tiempos seguían funcionando con sus métodos tradicionales y así han continuado hasta nuestros días sin dejar de perfeccionar el método. Se trata de esa especie de ave que se lleva hasta el polvo de las alfombras mientras que al conjunto de los mortales, mareados con tanto desconcierto,  les roban los ahorros, les hipotecan la vida o  les privan de lo poco a lo que tiene derecho obligándoles a vivir de la caridad. Para terminar pagándoles, además, entre todos, la cuenta de sus desfalcos.

Ahora vamos asimilando que no todos los delincuentes son víctimas de la desigualdad social (más bien la parte que maneja el gran cotarro pertenece a lo contrario: al buen nombre, a la gran familia, a la respetada persona de buenas maneras etc. – aunque esto ya se sospechaba desde hace algún tiempo-), ni todas las víctimas asumimos bien del todo quienes son los que mejor roban la cartera.
Por eso creo que una de los precedentes más trascendentales, insólito en la viejas costumbres,  que nos ha traído este siglo a pesar de los pesares ha sido lo que dijo hace unos días nada menos que el presidente del Consejo General del Poder Judicial: "La ley actual está pensada para el 'robagallinas', no para el gran defraudador"

La razón está donde se encuentra aunque a veces, aun teniéndola a simple vista, cuesta desenterrarla. Pensémoslo bien. Sin dejar de mirar por el retrovisor hay motivos para contemplar la vida con posibilidades.

Produce satisfacción saber que las piezas pueden ir encajando en el puzle y que además podemos verlo.


SALUD

¿Podemos conocer?



La sociología anda intrigada y revuelta ante los últimos sondeos realizados al electorado que le da un posicionamiento en los primeros puestos de salida a la formación política “Podemos”, situándola equidistante de los dos grandes partidos hasta ahora mayoritarios y alternantes en las tareas de gobierno nacional. Lo que debe estar motivando en esta iniciativa emergente unos dolores de cabeza tan grandes como la magnitud de sus ilusiones.

Todos tenemos la posibilidad de comprobar entre las personas con las que nos relacionamos, con un perfil conservador, de centro o de izquierdas, que hay electores de todas las posiciones ideológicas que muestran sus simpatías por el partido de Pablo Iglesias. Hace poco me dijo una persona del primer perfil que ya la derecha tiene que pensar de manera menos egoísta. Pensé que me estaba regalando el oído, pero aun así tiene una importancia muy valiosa que esa conclusión llegue a traducirse en palabras. Lo que quiere decir que la sociedad española en su conjunto vamos a mejor: superando el drama de las dos grandes magnitudes que tanto dolor y quiebra produjo en el pasado. Sería espectacular, y estimulante sin cuartel, si de verdad fuera cierto.

Si estamos ante una ordenación social de tal calado, impensable hace tan solo unos meses, que dimensiona la conciencia política de los ciudadanos dentro de parámetros de corresponsabilidad, de un razonamiento natural que le concede a los otros los derechos básicos, de disponibilidad para superar los desequilibrios desmedidos a través de la política y la educación. Podemos creer en los milagros.

Pero si la configuración política actual tiene su origen en el enfado, en una protesta coyuntural ante los acontecimientos; corremos el riesgo de que el prodigio se convierta en una flor de primavera.

En cualquier caso una reacción masiva, contra el abuso y el derroche, para exigir una remodelación necesaria dentro del sistema democrático, que le ponga freno a la codicia y se emprenda el camino a la regeneración; estará bendecida por la divinidad y por todos los santos.

Si se mantiene hasta el día de las elecciones la proporcionalidad que las encuestas están señalando: el PSOE juega un encuentro en casa con dos equipos más. Tendrá que decidir a quién vencer primero o con quien sumar fuerzas para obtener el mejor resultado. Pero antes habrá que conocer lo que piensa Podemos del Estado (si quiere a Cataluña dentro o fuera), si su programa económico está dentro de los cauces habituales, que política tiene para los autónomos; si tiene suficiente gente con solidez para ponerlo en práctica y, sobre todo, es muy importante que digan que no quieren ser una fuerza política con vocación para rentabilizar el descontento, sin mayor pena ni gloria.


SALUD