Con la llegada del Estado de
Derecho a nuestro país, las leyes parecieron laxas. Había gente que pensaba que la autoridad ya
había dejado de existir. Vivíamos con la preocupación de no saber si se había dado
la orden de no meter a los delincuentes en la cárcel: “la policía nada puede
hacer”, “entran por una puerta y salen por la otra”, se
decía.
Fueron años agitados para la
seguridad ciudadana: el trapicheo callejero de drogas, la rotura de cristales de
coches para el robo de radio casetes, el tirón de bolsos o colgantes a los
transeúntes etc. eran noticias habituales en la prensa y en ocasiones era
motivo de cierta alarma social.
Una parte de la sociedad pensaba
que todo esto era lo que había traído la democracia: bandolerismo, falta de
respeto, pérdida de las buenas costumbres, inseguridad, caos. Y otra parte
pensaba que los pequeños delincuentes eran fruto de una sociedad injusta, que éstos eran la parte débil por la que
siempre se parte la cuerda, que las
leyes siempre protegen a los fuertes; que
todo tiene su origen en la desigualdad.
Pero, buscándole tres pies al
gato: ¿Quién no ha oído hablar de los ladrones de guante blanco? En aquellos tiempos seguían funcionando con
sus métodos tradicionales y así han continuado hasta nuestros días sin dejar de
perfeccionar el método. Se trata de esa especie de ave que se lleva hasta el
polvo de las alfombras mientras que al conjunto de los mortales, mareados con
tanto desconcierto, les roban los
ahorros, les hipotecan la vida o les
privan de lo poco a lo que tiene derecho obligándoles a vivir de la caridad. Para
terminar pagándoles, además, entre todos, la cuenta de sus desfalcos.
Ahora vamos asimilando que no
todos los delincuentes son víctimas de la desigualdad social (más bien la parte
que maneja el gran cotarro pertenece a lo contrario: al buen nombre, a la gran
familia, a la respetada persona de buenas maneras etc. – aunque esto ya se
sospechaba desde hace algún tiempo-), ni todas las víctimas asumimos bien del
todo quienes son los que mejor roban la cartera.
Por eso creo que una de los
precedentes más trascendentales, insólito en la viejas costumbres, que nos ha traído este siglo a pesar de los
pesares ha sido lo que dijo hace unos días nada menos que el presidente del
Consejo General del Poder Judicial: "La ley actual está pensada para el
'robagallinas', no para el gran defraudador"
La razón está donde se encuentra aunque
a veces, aun teniéndola a simple vista, cuesta desenterrarla. Pensémoslo bien.
Sin dejar de mirar por el retrovisor hay motivos para contemplar la vida con
posibilidades.
Produce satisfacción saber que las
piezas pueden ir encajando en el puzle y que además podemos verlo.
SALUD
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