
Más reservadamente, me comentaba que había notado cierta inquietud en la Virgen por su coronación; que ella estaba agradecida por la generosidad de los hombres hacia su persona y valoraba la buena fe de estos actos. Pero ella también sabe que a veces los hombres caemos fácilmente en la vanidad y se teme que, para coronarnos a nosotros mismos, inconscientemente la pudiéramos estar utilizando.
También me decía que el oro, el marfil o los zafiros son obsequios materiales que ella considera prescindibles. Que acepta el uso de los medios actuales para llevar su mensaje lo más claro posible a la cabeza de los hombres; que lamenta los momentos que atraviesa nuestro sector bodeguero, pero que lo de las banderolas con su imagen al lado de la botella no termina de verlo muy claro.
Intenté transmitirle que estas cosas se hacen por la necesidad que tenemos los hombres de su ayuda, de lo solos e indefensos que nos sentimos, y que estas manifestaciones son una forma de mostrarles nuestra gratitud. Él me respondió: “bueno, bueno… ya seguiremos hablando”.
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