miércoles, 21 de abril de 2010

1985 Cuba - Capítulo III

El grupo lo componíamos jóvenes parejas de recién casados, a excepción de un señor de mediana edad, un catalán profesor en Barcelona y divorciado, según nos confesó. Al cargo estaba una guapa cubana con una enérgica capacidad de mando y de persuasión, pechos exuberantes y una llamativa cola frondosa y rizada; ella sería nuestra cuidadora y guía durante todo el recorrido por la Isla.

Durante los dos días que teníamos previsto de estancia en la Habana, antes de dirigirnos a Pinar del Río, visitamos los monumentos, los edificios emblemáticos y los lugares señalados como la Bodeguita de En medio, donde tomé por primera vez un refrescante y sugerente mojito, (hoy tan popular en los chiringuitos de nuestras playas), que dejó grabado en mi memoria para siempre el desnudado aroma del ron Habana Club, por encima de cualquier otra experiencia sensorial de índole culinaria que tuve la ocasión de probar en la Isla. Por entonces, las calles de la ciudad no estaban tan abultadas de turistas españoles o de otras nacionalidades, y el paseo por la Habana Vieja, con su limpia y cálida luz, me incitaba a adentrarme en las casas, a permanecer allí por un tiempo indefinido.

Concluida la primera jornada turística en la Habana y de vuelta al hotel, a la hora del almuerzo, mientras el resto del grupo se dirigía al restaurante, subí a la habitación para dejar unos discos que había comprado. Cuando abrí la puerta de mi habitación, vi a un hombre que salía silenciosamente por la ventana que daba a la terraza. No me impresionó ni me asusté, porque su salida fue, aunque rápida, sigilosa y acompasada. Por lo que no tuve en ese momento, la inmediata impresión de que podía haber entrado para llevarse algo o que salía huyendo. Sorprendido, dejé sobre la cama los discos de boleros y de cantautores de la Nueva Trova Cubana y me dirigí a la recepción del hotel para decir lo que me había sucedido.

El recepcionista atendió mis explicaciones sin manifestar ningún tipo de predisposición o asombro, limitándose a trasmitirme vagamente, su desconocimiento sobre este tipo de incidentes. Me dijo que informaría de lo que le estaba contando y que no me preocupara. Me sentía desconcertado por la naturalidad como todo se había desarrollado, hasta el punto de que llegó a envolverme la duda de que, en tales circunstancias, ver salir a un hombre por la ventana de mi habitación fuera algo extraordinario o alarmante.

Me dirigí al restaurante, y gestualmente, llamé a mi mujer que esperaba mi regreso guardándome una silla vacía en la mesa vestida de blanco que compartíamos con otras parejas. Ella se acercó a la entrada del comedor y entonces le comenté lo que me había sucedido. Me alertó y subimos rápidamente a la habitación. Miramos en las maletas, todavía sin deshacer, y en los cajones de los muebles donde habíamos guardado algunas de nuestras cosas. No faltaba dinero ni documentación, y los billetes de vuelta estaban allí, así que nos tranquilizamos y volvimos al restaurante para reunirnos con el resto de compañeros de viaje, a los que les relaté la experiencia vivida, pero sosegadamente, con la tranquilidad con la que aquel clima tropical amoldaba a sus huéspedes lenta e inexorablemente.

2 comentarios:

Azrael dijo...

¡Que bién lo haes Paco!
Tío me dejas en la intriga... y que pasó?????
Me has dejado en ascuas, no te mereces ni el "bezito" de siempre, pero bueno... ahí te lo mando.

Paco Camas dijo...

Gracias, continuará en el siguiente capítulo. Bezitos.