Nos encontrábamos en medio de la calle de un barrio a las afueras de la ciudad, y alejados por tanto del circuito turístico, lo que nos ofrecía una percepción distinta del lugar y de sus habitantes. Sin prisas, mantuvimos con este cubano templado un cordial intercambio de preguntas y respuestas con las que satisfacíamos la curiosidad por conocernos. Al despedirnos, hice con él un aparte para mostrarle mi gratitud con un pequeño regalo, y dadas las circunstancias, hacerlo con algo más que palabras. Me dijo que estaba bien, que se lo diera a su hijo, aquél niño que le había ayudado entusiasmado a traer las herramientas y que tan dispuesto aprendía de la reparación que hizo su padre. Saqué del bolsillo el dinero que llevaba en billetes de dólares y pesos cubanos y le ofrecí uno de dólares americanos que cogió mostrando una irreprimible satisfacción. “Se lo dará a la madre”, dijo el hombre. Aunque la cantidad que le ofrecí no era nada importante, pude imaginarme la cara orgullosa del hijo presumiendo de aquél billete ante su madre y sus amigos. Una vez más nos dimos las gracias y nos despedimos con un apretón de manos.
El verdadero valor del dinero lo tenía en Cuba el dólar americano porque con él se podían comprar productos vetados a la moneda local. Además, el cambio de dólares a pesos en el mercado negro, a veces triplicaba el que tenía establecido el mercado oficial. Pero, al margen de su valor económico, aquellos billetes de color rojo anaranjado grabados con la mítica imagen de Ernesto “Che” Guevara, tenían para mí un valor sentimental del que carecían los dólares, y me seducía más mantenerlos a buen recaudo en los bolsillos.
1 comentario:
Paco, me gustan los cuadros que vas pintando, yo quisiera ser siempre como "el ingeniero" pero...
Oye, hazme una fotocopia de un billete del Ché, y me la regalas.
Yo también la quiero de punto de lecura, te prometo plastificarla, "pa que me dure muuuucho".
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