viernes, 25 de junio de 2010

1985 Cuba - Capítulo XV


Lina nos sorprendió diciendo que tenía sangre española muy próxima y nos provocó una mayor expectación aún, cuando dijo que su padre era de Cádiz y que llegó a La Habana en los años treinta como persona de confianza del torero Luis Mazzantini. Todo parecía indicar que Lina tenía una vida más intensa y rica de lo que, en un principio, habíamos previsto identificándola exclusivamente como una guía oficial encargada de controlarnos. Pero, de todas formas, había cierta incoherencia en lo que nos contó de su vida laboral porque la edad que aparentaba no coincidía con su situación de profesora jubilada, lo que inducía a pensar que la vida de nuestra guía se estaba convirtiendo en un enigma, que iría resolviéndose a lo largo del viaje.

Por sus palabras supimos que su padre se enamoró perdidamente de su madre Catalina durante su estancia en La Habana y que se quedó en Cuba para casarse con ella. Dijo que su padre fue feliz en Cuba, pero que sus referencias a España eran tan vivas y constantes que le había prometido a su madre que un día la llevaría a conocer Cádiz, Sevilla y toda Andalucía. Pero por desgracia no pudo cumplir aquella promesa porque murió muy joven. Recordaba que su madre, a pesar del dolor por su desaparición tan prematura, nunca mostró abatimiento porque lo continuó sintiendo, hasta el extremo de iluminársele la cara cuando lo mencionaba; cosa que hacía permanentemente hasta que el tiempo fue venciendo su memoria. Y al referirse a su ilusión por conocer España, su madre decía que, aunque se le presentara la oportunidad, nunca la visitaría sola porque prefería seguir recordando las imágenes que tenía de Cádiz, Sanlúcar, El Puerto o Jerez tal como él se las había descrito repetidamente con emocionadas y ricas palabras.

También dijo que guardaba de su padre, con mucha ternura, algunas pertenencias de su época de torero: una camisa, unas zapatillas con lazos de raso que habían pertenecido a Juan Belmonte y unos gemelos de oro grabados con la Virgen del Rosario; Patrona de Cádiz. De forma anecdótica comentó, con una sonrisa llena de melancolía, que su padre calzaba el mismo número que el genial torero y que él siempre hacía referencia a eso porque le enorgullecía sobremanera, y llevaba a gala como un gran privilegio, que el maestro se las hubiera obsequiado.

No podíamos desviar la atención de la historia que nos contó Lina, y yo menos que ninguno, debido a que también heredé de mi padre la afición taurina; confieso que sentí una especie de encantamiento al tener conocimiento de aquellos objetos tan inestimables que ella conservaba. Entonces, con un impulso de consentido optimismo, Lina dijo: “Cada toro tiene su lidia y nada se asemeja más a la vida que esto”. ¿No es así? Y continuó su discurso comentando que en La Habana se habían celebrado corridas hasta ya entrados los años cuarenta, y que ella tenía un vago recuerdo de haber asistido a una con su padre, siendo aún muy pequeña, pero que ya entonces en Cuba no se mataban a los toros en la plaza.

Así pasamos lo que quedaba de viaje hasta nuestro destino hablando de la fiesta de los toros con ella, que preguntaba con verdadero interés por todo lo que rodeaba ese universo: los vestidos, las suertes, el lenguaje, la mirada de los toreros, y también de la pérdida del diestro Francisco Rivera y del destino que les esperaba ahora a su viuda y a sus hijos.

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