Regresamos al hotel con el tiempo justo para asearnos y volver con el resto del grupo para cenar en el restaurante donde nos esperaba, Lina y su compañera de trabajo. Durante la cena, no dejamos de intercambiar impresiones sobre las experiencias de aquella tarde y los lugares que habíamos visitado. Recuerdo que alguien comentó, con un tono entre conmiserativo y censurable, que los niños en la calle pidieran chicles a los turistas. Y este hecho le ocasionaba cierto desasosiego por no poder satisfacerlos con una cosa de tan poco valor. Sobre éste asunto eran generalizadas las valoraciones que se hicieron sobre las dificultades con las que se vivía en la Isla, y las muestras de sentimientos encontrados por no saber determinar, si el nivel de vida se debía al régimen comunista o a que Cuba era un país muy pobre. Seguramente, sin que nadie lo manifestara abiertamente, creo que ganaba más peso la primera opción, a pesar de que era muy difícil conocer desde fuera la realidad de la Isla, y sobre todo, si se comparaba con el nivel de vida en nuestro país.
Al finalizar la cena, Lina se dirigió a todo el grupo sin levantarse de la mesa, y en un tono claro y reposado dijo que había estado escuchando las lamentaciones por la escasez de medios y, en concreto, que los niños no pudieran disfrutar de unos caramelos, como les gustaría, siendo Cuba un país productor de azúcar. Ella lo argumentó en la necesidad de tener que vender los escasos recursos naturales que tenían, y dijo que no podían disponer de maquinaria y materias primas para fabricar chicles, porque antes debían atender la fabricación de pan y de otros alimentos. Pero que en Cuba nadie se acostaba sin comer, nadie moría por falta de asistencia médica y por las mañanas todos los niños se levantaban para ir al colegio.
Las reflexiones de Lina tenían todo el peso de la razón en lo concerniente a una gestión racional de los recursos naturales del país, y despejaba las dudas sobre el consumo de productos de primera necesidad y otros que no lo eran tanto. Me pareció que todo el mundo tomó conciencia de lo que ella dijo, en cuanto a los fundamentos que sustentan la igualdad en un país con una riqueza natural muy limitada y con el bloqueo comercial al que le tenía sometido los Estados Unidos, y, también, porque eran argumentos humanamente incontestables. Pero, se podía intuir en los presentes, una muda disconformidad porque quedaban fuera otros parámetros, que eran igualmente fundamentales para medir la justicia y el bienestar de la gente como la libertad. Sobre todo eso, se presentaría la oportunidad de dialogar con Lina, más adelante.
Quedaba claro que ir de viaje a Cuba no era lo mismo que hacerlo, por ejemplo: a la India, de donde se suele volver contando hechizado, lo positivo que tiene conocer las necesidades de la población para valorar positivamente lo que se posee; descansando en el misticismo, la religión o lo inconmensurable, las connotaciones de índole social y política. Con Cuba era distinto, porque a los españoles nos unían con ellos muchas cosas y el nivel de acercamiento y de apreciación tenía una mayor sentimentalidad y énfasis que el que se podía tener con cualquier otro país que no fuera de nuestra cultura hispana. Era cosa de aquellos tiempos, pero la experiencia estaba siendo muy instructiva y poco usual durante una luna de miel en un país tropical.
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