Por muy hermano que uno sea de sus hermanos, lo de perder no
le gusta a casi nadie. Y si coge desprevenido, tampoco es raro que se le escape
a uno la artillería ligera. Como le sucedió al presidente saliente de la Unión de Hermandades, que
desperdició una gran momento para encomendarle su decepción a Dios y desearle solidariamente
lo mejor a su sucesor.
Ahora que el portavoz de los obispos, en un trance de
divinidad, ha dejado moderadamente claro a quien hay que votar el 20 de
Noviembre. Más apropiado hubiera sido hablar de progresistas y conservadores,
en vez de diferenciar a pobres de ricos para identificar a ganadores y
perdedores del plebiscito; que nadie se va a ruborizar por ello.
Le deseo suerte y buena mano al nuevo presidente de la Unión de Hermandades en la
gestión de los palcos -y que no ponga más por favor-, que las procesiones
vuelvan a iluminar el Consistorio que buena falta le hace, que sea un poquito
piadoso con la ciudad y vaya solicitando, para cuando esté finalizado, el traslado
del monumento de la Alameda Cristina
al Museo de Cofradías.
Salud
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