Aunque, todavía, no he podido ir a Nueva York ni a Berlín, son dos ciudades que las tengo muy vividas. La primera es para mi memoria iconográfica como una segunda residencia en la tierra, y no lo es sólo porque lea a Elvira Lindo los domingos, sino por muchas más cosas. Y Berlín porque su fonética, no puedo evitarlo, me pone como derecho y juicioso: cuidadín, chiquitín; en fin.
Hago referencia a estas capitales que son actualmente referentes imprescindibles para el mundo del arte, porque siguiendo las imágenes de Juan Carlos Toro por las calles de Jerez, se puede sentir la resistencia al desánimo en cada uno de los rostros expuestos, y la magnitud artística que tiene el haber sabido incorporarlos, en un formato incorruptible, a la pared.
No sé si Jerez tiene algo en común con Berlín; tendré que pensarlo. Pero sí puedo decir que he podido percibir el potencial artístico de una metrópolis creadora con el aroma y el jugoso sabor de una gran manzana.
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