Quizá estamos viviendo el peor
momento, de la etapa democrática, para sostener la responsabilidad de
representar a los ciudadanos desde lo político y defender los derechos de los
trabajadores desde lo sindical, aunque en buena medida ambos compromisos vienen
a tener casi los mismos objetivos.
Tras la guerra civil esta
representatividad era muchísimo más dramática y arriesgada que en estos días,
también contenía más verdad y nobleza, con riesgos permanentes de perder la
libertad o incluso la misma vida; debido a la razón de la fuerza bruta empleada
por los vencedores de la contienda.
En la actualidad los riesgos que
tienen esas obligaciones son mínimos (incluso se podría decir que ofrecen más
ventajas que inconvenientes), y en lo relacionado a los valores universales de igualdad, legalidad y
fraternidad, en ese noble ejercicio de representación social, los modelos
padecen un escaso prestigio y una moralidad deficiente.
Es sabido que la condición humana
no difiere en exceso, salvo notables excepciones (que tampoco son pocas), en lo
referente a la seguridad, el amor, el progreso, la estabilidad o el ascenso
económico. Por eso las doctrinas de salvación están bien para tenerlas como
referentes y conviene anotarlas en el calendario a cientos de años vista.
En estas circunstancias, que no
son las peores, es necesario creer en una fuerza transformadora (en lo personal
y en lo colectivo), sacar arrestos para defenderla en beneficio de la humanidad
y dentro de los principios democráticos.
La vida enseña que no todos los
malos están en un mismo lado y los buenos tampoco. El mundo no se acaba -de
momento- y aunque desde los griegos hasta hoy los acontecimientos principales,
que nos traen, han cambiado poco, de ninguna manera la ilusión y la fuerza para
luchar por la regeneración tampoco va a decaer.
SALUD
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