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125 años llevan los Hermanos de la Salle en Jerez y quiero sumarme a la celebración, por la labor que durante tantos años, los Hermanos de las Escuelas Cristianas han realizado, educando a tantas generaciones de jerezanos, entre ellos, a mi padre y a mí mismo.
Un día excepcional fue cuando llegaron al Colegio Sagrado Corazón los alumnos del Buen Pastor. Nos congregamos en el patio tantos niños que me impresionó por lo novedoso y multitudinario, incluyendo, la acogida tan cálida que les dedico el Hermano Bernardo.
Cuando cantábamos el cara al sol y montañas nevadas recuerdo a un Hermano que nos administraba los cánticos con un toquecito, más Víctor Manuel que Queipo de Llano; lo cual era muy agradecido y correspondido por todos los niños en formación.
También es verdad que el trabajo duro lo hacían los maestros laicos que eran las autenticas fuerzas de choque - sin que llegaran a ser, instructores de marines -. Entre ellos recuerdo especialmente a Don José, que de vez en cuando nos ponía en rueda a toda la clase y nos abanicaba a base de tortazos. A Don Manuel que te levantaba del pupitre retorciéndote el labio de abajo mientras te decía ¡“verdugo de los campos verdes”! y también por los palos en las manos – no usaba Don Manuel la regla plana, sino unos auténticos palos de banderillas, ¡lo decía él! – aquello era, como un seguro para una ¡artrosis degenerativa! y a Don Benito, que daba unos koskis y unos pellizcos en las entrepiernas ¡de lujo coreano! A mí me dio Don Benito un día koski, que me pulverizó en la cabeza, de tal manera los números, que para volver a hacer un quebrado, me tenía que coger un mes de descanso; a él le agradezco definitivamente ser de letras. Y yo no era un niño revoltoso ni desobediente pero eso sí tenía un defecto incorregible: que me reía mucho… ¡y en aquella época! ¿Serían los nervios?
Pero los Hermanos de la Salle eran gente noble y paciente, a medio camino entre un cura y un San Francisco de Asís, lo que impregnaba a los niños de un sentimiento de respeto y también de protección y cuidado. Lo único que les reprocho es que no me hicieran congregante del niño Jesús.
Un día excepcional fue cuando llegaron al Colegio Sagrado Corazón los alumnos del Buen Pastor. Nos congregamos en el patio tantos niños que me impresionó por lo novedoso y multitudinario, incluyendo, la acogida tan cálida que les dedico el Hermano Bernardo.
Cuando cantábamos el cara al sol y montañas nevadas recuerdo a un Hermano que nos administraba los cánticos con un toquecito, más Víctor Manuel que Queipo de Llano; lo cual era muy agradecido y correspondido por todos los niños en formación.
También es verdad que el trabajo duro lo hacían los maestros laicos que eran las autenticas fuerzas de choque - sin que llegaran a ser, instructores de marines -. Entre ellos recuerdo especialmente a Don José, que de vez en cuando nos ponía en rueda a toda la clase y nos abanicaba a base de tortazos. A Don Manuel que te levantaba del pupitre retorciéndote el labio de abajo mientras te decía ¡“verdugo de los campos verdes”! y también por los palos en las manos – no usaba Don Manuel la regla plana, sino unos auténticos palos de banderillas, ¡lo decía él! – aquello era, como un seguro para una ¡artrosis degenerativa! y a Don Benito, que daba unos koskis y unos pellizcos en las entrepiernas ¡de lujo coreano! A mí me dio Don Benito un día koski, que me pulverizó en la cabeza, de tal manera los números, que para volver a hacer un quebrado, me tenía que coger un mes de descanso; a él le agradezco definitivamente ser de letras. Y yo no era un niño revoltoso ni desobediente pero eso sí tenía un defecto incorregible: que me reía mucho… ¡y en aquella época! ¿Serían los nervios?
Pero los Hermanos de la Salle eran gente noble y paciente, a medio camino entre un cura y un San Francisco de Asís, lo que impregnaba a los niños de un sentimiento de respeto y también de protección y cuidado. Lo único que les reprocho es que no me hicieran congregante del niño Jesús.
25 Oct. 07
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